
sábado, 25 de septiembre de 2010
Señal análoga y señal digital

martes, 24 de agosto de 2010
Ni en sueños

Claro, Origen ("Inception") tiene la premisa básica y la historia, ambas muy buenas, actores tan conocidos como los efectos especiales y presupuesto millonario. Y, ¿qué más tiene?
Una película que explica en todos los diálogos de los actores qué sucede y porqué, palabra por palabra para que al tonto le quede bien clarito, repitiendo hasta el hartazgo las reglas, el plan de acción y los conflictos internos de poca monta que pretenden sostener el mundo de ensueños de la historia, sólo puede estar dirigida a público masivo con exigencia de mínimos. Nunca pensé decir esto, pero Titanic o American Pie me parecen películas más honestas en estos términos.
Las películas son historias que se montan sobre escenas. Origen tiene dos o tres, ninguna importante y todas deficientes. ¿Quién me puede decir la que recuerda? La escena donde... um... Di Caprio le dice a su socio... éste, el que salía en... por ahí va la cosa. ¿Alguien recuerda cómo se llaman los personajes? ¿Y cuántas escenas recordamos de Jamón Jamón, Átame, Pulp Fiction o El Padrino? La secuencia de imágenes que se sostienen sin una razón creíble dentro de una historia por más de tres minutos no se guardan en la memoria, según alguna de aquellas aburridas teorías visuales que tiene el cine. Hasta un video-clip de tres minutos se aguanta, pero uno de cien no; es la edición visual y de sonido de Origen lo que empuja al espectador a construir emociones, y no su historia o la profundidad psicológica de sus personajes como debería ser en cualquier película decente. Se lo perdono a Superman y a Top Gun, pero por la juventud e inexperiencia de la que hacía gala cuando las vi.
Matrix necesitó de una escena de cinco minutos para establecer toda la película. Entonces, ¿por qué se regodea en estos errores, que se corrigen en cualquier escuela de cine, un director como Christopher Nolan que incluso tiene Memento en su palmarés? Nolan no es tonto: lo que ha hecho es obedecer a Warner Brothers, que le ha exigido dirigir una película comercial que entienda un niño de catorce años, porque el gusto popular no entendería los distintos planos sobre los que se desarrolla la historia. Ante esta imposibilidad de establecerla, la única manera que Nolan encontró para integrarla fue contarla a la cara, in yo face, casi comenzando con había una vez y, cómo no, con explosiones, peleas y persecuciones que hagan aparecer el planteamiento complicado y retorcido cuando no lo es, como lo hubieran hecho Stephen J. Cannell.y Donald P. Bellisario si aún trabajaran. Ah, lo siento: es que sí que siguen trabajando.
Origen se ha pasado por el forro, a causa del dinero, las reglas más básicas del cine. Más perdonable sería romperlas por simple ignorancia, pero no es el caso: parece que de verdad las conociese yo y no ellos, y que por conocerlas no me pagaran los millones que sí recibe Nolan. Lo cual también es falso, seamos sinceros. Pero sigamos siéndolo porque se trata de una película dominguera y entretenida como un crucigrama de los fáciles, que será del agrado, por igual, de un niño espabilado o un adulto con ansias de palomitas y cocacola.
jueves, 8 de abril de 2010
El making off de "Shukran, Musta"

Anoche me pasé por Al Kafela para entregarle a Musta, noblesse oblige, una copia enmarcada de la nota que pergeñé sobre él. No me vio sentarme a la barra; no me hice notar por un par de minutos porque, nada raro, había parroquia hambrienta esperando sus órdenes antes que yo. Cuando hubo despachado a unos cuantos, encendí un cigarro y envié una bocanada que cruzó la barra en diagonal, perezosamente y hacia arriba. Sólo así notó mi presencia. Como autorizándome a estar allí, me sentí extraño, Musta me devolvió una media sonrisa mitad indiferente y mitad tierna. No empezó a gritar hola musta salaam aleikum mucho gusto quiere shawarma pum pum, como hace a modo de saludo con los clientes de devoción consagrada a su olla. Esta vez era una mirada especial, inédita, que por primera vez me ha permitido comprenderle absolutamente pese a la diferencia idiomática que nos separa.
Musta está aprendiendo a recibir reconocimiento por lo que hace. Siempre está enzarzado en su rutina física de cocinero a la vista de los comensales y creo que ni aún entendiendo bien el castellano se enteraría de lo bien que habla la concurrencia de su cocina. Sólo registra caras que empiezan a hacérsele conocidas por volver cada noche pidiéndole más picante, hummus o kafta en su shawarma o falafel. Esta vez, ya cebada la tropa, se acercó a mí sin gritar, casi atónito. La foto que le tomé días atrás mientras despachaba debió haberle indicado que planeaba esta nota y parecía estar esperándola, diría incluso ansiándola. Miró directamente la bolsa en que traía la página enmarcada y me sonrió doucement –en francés, así describo exactamente cómo lo hizo. Le estiré la bolsa, y la abrió: se vio en el papel, y se rayó: empezó a mostrarla a los otros clientes de la barra diciendo Musta aquí: sonrió mientras me miraba y los miraba: pasó de mano en mano el cuadrito, y terminó por dejarlo colocado en un lugar prominente de su barra. Hizo dos cuencos con las manos, el gesto que uso habitualmente para pedirle que meta todo el camello en mi shawarma, sabiendo que jamás me negaré.
Una baqlawa y un café después, Musta seguía con la sonrisa congelada. En eso entraron al local su guapísima mujer y su niño pequeño y les contó de todo en árabe, alborozado, ante lo que ellos me miraron con cierta perplejidad, pero con una sonrisa que tranquilamente tomo por todo agradecimiento. Ahora entiendo el origen de aquella magistral mano de cocinero, y el motor de cariño que la impulsa a diario.
sábado, 3 de abril de 2010
El diario The Sun, hecho inocente

El tabloide publica una nota falsa donde la Universidad de Cambridge retira el título al líder neofascista del BNP Nick Griffin
por Matthew Weaver
Publicado el Viernes 2 Abril 2010 18.55 BST en www.guardian.co.uk
Traducido por mí
EN INTERNET, ES LA PRIMERA NOTA EN ESPAÑOL SOBRE ESTA NOTICIA
En Twitter se presentaron numerosas adhesiones a la aparente decisión de la casa de estudios. El BNP, mientras tanto, acusaba escandalizado a la universidad de intentar reescribir la historia y de complacer a la comunidad estudiantil musulmana.
Pero faltaba un detalle: la historia no es cierta. The Sun y el BNP fueron hechos inocentes el día 1 de Abril, en que se celebra el April Fool’s Day en los países de habla inglesa, a manos de una revista estudiantil de Cambridge llamada The Tab.
La nota redactada por un joven de 17 años decía que “en un acto sin precedentes, Griffin está a punto de convertirse en la primera persona a la que se rescinde un grado para el que efectivamente ha estudiado. Se cree que la asociación de la universidad con su odiosa imagen pública se ha vuelto insostenible debido a su aparición reciente en el programa de BBC Question Time, donde recibió abucheos, gritos e insultos a intervalos regulares.”
Un abrumado vocero de la oficina de prensa de Cambridge dijo haber pasado gran parte del viernes negando la veracidad de la historia. “Ha sido una maliciosa broma de un periódico estudiantil por el día de los inocentes,” anotó.
Alasdair Pal, el estudiante de teología de 20 años que edita The Tab, dijo haber sido contactado por un “airado” empleado de prensa del BNP exigiéndole retirar la noticia de su página web, a lo cual se negó. “The Guardian mantuvo la inocentada que hizo a Gordon Brown, así que hicimos lo mismo,” recalca Pal. “Ha sido un buen día para The Tab”, agregó.
La historia fue escrita por el hermano menor de Alasdair, Gordon, que estudia en un instituto de secundaria superior en Blackpool, quien afirmó que “no esperaba de verdad que alguien cayera. Ha sido muy divertido que The Sun se la haya creído.”
“Ha sido más satisfactorio que el BNP se la creyera. Piensan que todo el mundo les persigue, y se han mostrado como estúpidos” acota Gordon, quien tiene una plaza provisional en Cambridge para el próximo año.
El BNP publicó un comunicado de prensa condenando la aparente decisión de la universidad. El titular decía: “Nick Griffin hace historia y la Universidad de Cambridge trata de reescribirla,” acusando a la universidad de intentar revocar el título de Griffin “porque creen que van a perder pagos por matrícula estudiantil de alumnos musulmanes extranjeros que podrían desanimarse de estudiar en la universidad.”
La nota de prensa fue retirada de la página web del BNP al caer en cuenta de que su institución había sido burlada.
viernes, 2 de abril de 2010
Shukran, Musta

Una historia gastronómica con genio y lámpara maravillosa
Mostafa Chreiki es un sirio de sonrisa permanente. Quizá ella le esconde las maletas llenas de esperanza y el rosario cargado de penas, dos piezas del equipaje que todo inmigrante factura a la fuerza en el corazón; quizá, porque no hay mucha manera de saberlo con el poco manejo del castellano que todavía tiene. Poco importa; salaam aleikum, dice y obliga a decir a quien tiene el acierto de entrar en su local. Y no hay más preámbulo: con el mismo genio de Serrat con la guitarra y de Messi con el balón, Musta empieza a hablar –cuchillo en una mano, espátula en la otra– en el idioma del shawarma que sólo él sabe hacer, sudando a mares en medio del desértico microclima que crea frente a los fogones de su cocina sonriendo hola amigo, dialogando consigo mismo en árabe catalán castellano inglés o da igual en qué mientras los presentes asistimos a su casi acrobática performance, esperando que los pitas llenos de vegetales, ternera y hummus
- ¿Cuánto? – me pregunta, por si estreno algún estúpido reparo dietético
- Métele todo el camello – respondo, sin vergüenza por mi vulgaridad
terminen pronto en cestitas personales de mimbre primero, y en nuestros ávidos paladares después. Finalmente, Musta me acerca el frasco del aderezo secreto, que se ha de frotar como lámpara para que de él empiece a salir la magia: una salsa picante intensa, larga y sabrosa, que amplifica el sabor de Damasco en la boca y que separa a principiantes de iniciados, a burgueses de aventureros, a timoratos de valientes. Y si tal expedición se cierra con la punzante dulzura de una baqlawa, ya es vida en estado puro lo que empieza a bajar por la propia garganta; más que otra cosa, es fuego que abrasa con sus llamas nuestras impurezas de común mortal.
Hoy, cáfilas de comensales se aglomeran pidiéndole a Musta el deleite de sus manos. Su caravana de la calle Mozart queda pequeña para fieles y consagrados, y su casbah nutritivo protege al burgués de la inmunodeficiencia gastronómica mientras yo le doy shukran, y él me devuelve afwan.
Que Alá permita a su genio seguir así, y a nosotros ir allí.
jueves, 1 de abril de 2010
Y Walcott interrumpió la lección de bellas artes catalana

Por KEVIN GARSIDE
www.telegraph.co.uk
Publicado 7:45AM BST 01 Abr 2010
traducido por mí
Todo lo que se hace a la perfección es arte, según Arsène Wenger. Con las mismas palabras, anoche, la itinerante galería de arte del Barça casi le manda a la horca. “Ya me voy a casa,” decía en su tribuna un dolido hincha del Arsenal, durante el medio tiempo. Aunque al final tuvo el acierto de quedarse, uno sabía lo que había querido decir. Uno de los misterios de este juego es que un equipo tan devastadoramente dominante termine yéndose con sólo una parte del botín.
No nos engañemos. El marcador final ha sido sólo anestesia de corta duración: tras él está el rostro compungido de Wenger. El tardío dividendo que aportaron Theo Walcott y el penalti de Cesc Fábregas no pueden ocultar la verdad de otra noche de correctivos para el fútbol inglés. Después de la humillación del Manchester United en Munich, el Arsenal recibió una lección sobre los fundamentos de este deporte en el estadio de Emirates. A los 22 segundos de la segunda parte, el gol que amenazó reventar las redes de la portería del Arsenal tras tan centelleante apertura llegó cortesía del peor ejecutante de la orquesta, aquel fiasco en terreno inglés de nombre Zlatan Ibrahimoviç. Y pudieron haber sido media docena. Hay dos maneras de jugar a fútbol: como el Barça o como todos los demás.
Los minutos iniciales que siguieron aumentaron la duración de la lección del arte de la posesión, donde se supone que el Arsenal siempre ha sacado notas. Barcelona se plantó en el campo como si estuviera en la Liga BBVA. Da igual si venimos de locales o vamos de visitantes. Somos el Barça, dicen ellos. Así jugamos. Véncenos, si puedes. En la psicología del juego, sin ya siquiera tener en cuenta el control del balón, el FC Barcelona muestra su músculo mental. Ninguno de sus jugadores acusa recibo del marcaje, pues prácticamente ignoran a sus contrincantes. La primera mitad fue un asalto a la autoestima del Arsenal, luego del cual les hizo falta el tratamiento analgésico que prodigó su afición. Més que un club –más que un club. Así se ve el Barça a sí mismo. La inmodesta frase, acuñada sobre el ideal catalán de independencia y unicidad, luce su orgullo sobre la gradería del Camp Nou. No tanto un equipo, dicen, como una emoción o un sentimiento.
Un club de fútbol se convierte así en una insignia, un tatuaje global que se graba al fuego en la cornisa noreste de España que busca distanciarse de la administración central en Madrid. La apropiación del equipo por parte de la clase política catalana da a los separatistas una identidad popular, y moviliza a los románticos del Camp Nou en su propia lucha interna con la camiseta merengue. La filosofía barcelonista hace de su política de cantera de futbolistas una virtud, que anoche produjo a siete jugadores del primero equipo. La única pifia de la construcción es que no todos son de Cataluña, aunque todos hablan el mismo lenguaje con el balón a los pies. El impulso minimalista de Lionel Messi en la hegemonía impuesta por el Barça fue una vergüenza añadida para el Arsenal.
No es que el mejor jugador del mundo 2009 haya dejado de colorear el lienzo con su toque hipnótico, sino que todos los demás tocaron balón igual que él. Fue una humillación inflingida universalmente y en toda regla. La plantilla barcelonista surgía del campo, jugador a jugador, como esqueletos saliendo de los dientes de Hidra, la de las siete cabezas, en Jasón y los argonautas. Fue un ataque inmisericorde, interminable donde Dani Alves, por ejemplo, debió haber sido un lateral derecho natural. Sin embargo, la riqueza futbolística del FC Barcelona es tan grande que Alves se permitió recostarse completamente sobre toda su banda mientras que, en el lado opuesto, Maxwell protagonizaba una resurrección de su mítico compatriota Rivelino, a pesar de su posición conceptual de lateral izquierdo. Fue un milagro que el primer tiempo terminase sin goles.
El marcador, finalmente, tuvo que rendirse dos veces –por sólo las leyes de la gravedad– ante el peso de la presión barcelonista de la mano, o los pies, de Ibrahimoviç. El Chelsea y el Manchester United habían desmantelado al Arsenal en el mismísimo Emirates, pero nunca de esta manera. En teoría, el Barça llegaba tocado por la ausencia de Andrés Iniesta. La capacidad para llenar su casilla demuestra porqué Fábregas no emprenderá el viaje de regreso a su tierra con mucha prisa. No le necesitan.
El cambio de Bacary Sagna por Theo Walcott, defensor por atacante, a 24 minutos del final fue –ya poniéndole humor negro– un paso más del condenado hacia la horca. Wenger no tenía nada qué perder, y puso en la ruleta todo el dinero que llevaba a su 14 rojo. El instinto futbolístico de Walcott ha sido cuestionado por puristas como el otrora extremo de la selección inglesa Chris Waddle, quien le considera más un corredor en botines que un futbolista. Ahora Waddle tendría que volver a pensar sobre sus palabras. La velocidad es asesina, en cualquier deporte. Futbolista o no, Walcott puso el viento en contra del Barça por primera vez en la noche, con un gol que pasará a la historia del equipo que actualmente detenta la copa de la máxima competición europea.
Si Fabio Capello puede acercarse a él más que el cameo que hizo anoche apareciéndose en el estadio, entonces la selección de Inglaterra podrá buscar una nueva dimensión en el flanco derecho. El FC Barcelona se deshinchó como un globo tras un pinchazo. Una tangana en el área por la que Carles Puyol resultó amonestado con tarjeta roja por falta contra Fábregas, mientras éste se recuperaba momentáneamente para convertir de penalti, y Messi cambiado por un flojo Henry, hicieron que el destino se pusiera la camiseta del Arsenal.
miércoles, 31 de marzo de 2010
Cesc Fábregas se enfrenta al Dream Team que dejó

Por SID LOWE - THE GUARDIAN ONLINE www.guardian.co.uk
Publicado el Miércoles 31 de marzo, 2010 a las 00.44 BST
traducido hoy por mí
La primera vez que fueron a por él, se escondió; la segunda, no tuvo escapatoria. Corría septiembre de 1997 y Rodolf Borrell había llegado para ver jugar a unos chavales en Mataró, sobre la costa al norte de la capital catalana. Para el técnico de alevines del FC Barcelona –el club para menores de once años– el viaje era familiar pero, aunque ya había hecho la misma visita dos meses antes, el chico que llamó su atención no. Había, anotó, un nuevo número 4 que controlaba todo el mediocampo. “Tenía todo: visión, condición atlética, entusiasmo, velocidad” anotaba Borrell. Sabía dar pases, sabía chutar y, sobre todo, su toma de decisiones era espectacular.”
El dictamen de Borrell era exacto excepto por un detalle: el jugador no era nuevo. No había sonado el pitazo de medio tiempo cuando el hombre que hoy trabaja con Rafa Benítez en el Liverpool se acercó al señor Blai, entrenador del Mataró, y le preguntó de dónde había salido aquel nuevo valor. Blai se sonrojó un poco, meneó la cabeza y, mostrándose culpable, finalmente confesó que el niño se llamaba Francesc Fábregas Soler, que era “una bestia”, y que ya había estado en su visita anterior. “Pero teníamos órdenes de esconderle,” admitió. “Cuando viniste, le hicimos quedarse en los vestidores.”
Fue una artimaña muy elaborada. Para cuando Borrell volvió en septiembre, Cesc había jugado cinco veces para el Mataró. Bajo las reglas de la Federació Catalana de Fútbol, ya no podía irse a jugar para ningún otro equipo, aunque éste fuese el FC Barcelona. Sin embargo, Borrell no daría su brazo a torcer tan dócilmente, y le ofreció un trato: Fábregas seguiría jugando para el Mataró el resto de la temporada, pero iría a entrenarse al Barça todos los lunes, jugando amistosos ocasionalmente.
Así, el niño de 10 años dejó por primera vez, el 10 de noviembre de 1997, su pueblo natal de Arenys, el de Mar y de Munt, para irse cincuenta y cinco kilómetros al sur hasta las instalaciones del FC Barcelona. El camino se le hizo familiar y, para la siguiente temporada, Fábregas se unió formalmente al equipo y empezó a entrenar todos los días; el ir y venir se le haría agotador, con lo que tuvo que mudarse a un barrio con un prestigio ligeramente mayor. La fama de los nabos que se cultivan en Arenys era tanta como la de los futbolistas que vivieron en su siguiente barrio.
A diario, un taxista llamado Joan Jiménez le recogía a él y a José Hinojosa. En el camino recogería también a David Torrejón. Después pasaría por Badalona, donde subirían Jonathan Pereira y Rafa Vázquez. Se autodenominaban La quinta del taxi, y Fábregas se inventó su propia frase: Cesc Fábregas Soler, el más guapo del carrer. Su padre, un albañil llamado también Francesc, dice con orgullo que su hijo terminaba de hacer los deberes, aún a pesar de llegar a casa sobre las once de la noche. Nùria, su madre, estaba decidida a no dejar que sus notas bajasen, aunque sus compañeros de clase aseguran que estaba más interesado en una compañerita llamada María García, realmente, que en la raíz cuadrada del nueve. El problema era que, con tanto viaje, se le hacía muy cuesta arriba llevar todo aquello a la vez, y sus padres decidieron que debía marcharse a vivir en Barcelona.
Cuando los jugadores se enfrentan a sus clubes de origen, el cliché les obliga a “volver a casa”. Sin embargo, ahora sí que es verdad. Esta noche, Fábregas se medirá a sus ídolos de infancia, dos en el campo y uno en la banca, su primer entrenador de verdad, su mejor amigo y aquel mudito que ha resultado ser el mejor jugador del mundo. Cuando marche otra vez a Barcelona, la próxima semana, el autocar del Arsenal pasará por el Miniestadi, donde se entrenó todos los días, y por el Camp Nou, el estadio que veía por la ventana de su habitación juvenil. Pero justo detrás está La Masía; por años, su hogar en el centro de Barcelona. Los hinchas del Arsenal también pasarán por La Masía, una tradicional casa de campo catalana que, orgullosa pero hoy casi inadecuadamente, se mantiene al lado del Camp Nou. Con arquitectura de maternidad por un lado y de crematorio por otro, La Masía sigue siendo el hogar de los jugadores futuros, cendro de adoctrinamiento en todo lo que signifique Barça. Casi 500 jóvenes han vivido allí mirando a diario el campo de entrenamiento donde entrenaba el primer equipo hasta hace seis meses.
“Es el lugar donde pasé el mejor año de mi vida”, dice Fábregas; donde los ansiosos jóvenes tardaban en conciliar el sueño. “Cesc”, se queja el defensa sevillista y compañero en La Masía Marc Valiente, “tiene el peor gusto musical de todos: le gustaba La Oreja de Van Gogh.” De aquella época, Fábregas recuerda con gusto las victorias en torneos de PlayStation Pro Evolution ante lo cual Gerard Piqué, su mejor amigo, no olvida que había cierto pequeñajo llamado Leo Messi que le vapuleaba y donde, siempre según Piqué, Cesc se las ingeniaba para evitar medirse a alguien en tenis de mesa, porque sabía que iba a perder.
Por el contrario, en el campo rara vez perdía. De la mano de Borrell y Tito Vilanova –hoy edecán de Guardiola– el Barça fue imbatible. “Jugó con la generación de Messi,” dijo Arsène Wenger la semana pasada. “Piqué, Messi, Fábregas… ¿por qué sorprende que ganaran 8-0, 9-0. 10-0?” “Es muy difícil hallar tanto talento junto en un solo grupo,” continúa Piqué mientras Cesc agrega: “recuerdo que Messi llegó después, a los 13 o 14 años. Era muy, muy bajito pero muy especial. Prácticamente no hablaba, hasta que un día empezó. Igual, tampoco es ningún bocazas.”
Pero Piqué sí lo es. Fábregas lo recuerda, puños en alto, saliendo a cubrir a Messi y dejando tan atrás a su defensa que Borrell le gritaba “¡si te vas de excursión, mejor llévate la mochila!” Dice haber anotado más de cincuenta goles, de los cuales Fábregas dice que “cuarenta eran pases y córners míos.” Una vez hicieron en la Copa Catalunya un partido previo al del primer equipo, pero no tenían copa. Piqué cogió una de la sala de trofeos para resolver el tema.
Sin embargo, si Piqué era el líder emocional, Fábregas era el centro intelectual. “Jugñabamos 3-4-3, como el Dream Team,” recuerda Piqué. Tras los atacantes estaba Messi. Al medio iba Cesc, jugando de pivote, el eje alrededor del cual giraba el equipo. Era fieramente competitivo: admite que, cuando era niño, lloraba si no le salían las cosas como quería. Sobre todo, era técnico, impecable y siempre bajo control.
Quienes vieron a Cesc entonces insisten en que es parte de la herencia barcelonista, un linaje que pasa por Guardiola, su ídolo, y por sus héroes Xavi y Andrés Iniesta, hijos del sistema y modelos para su juego. Iniesta recuerda el mantra del equipo: “recibe, pasa, ofrece, recibe, pasa, ofrece.” Cesc anota: “si has jugado en el Barça, desarrollas gusto por el buen fútbol.”
Xavi e Iniesta, sin embargo, eran un obstáculo para él. La progresión se le hacía imposible. Y en el vacío de poder antes de las elecciones de 2003, habiendo visto a Fábregas descollar en el Mundial Sub-17, Wenger se aprovechó. “Para cuando me enteré, ya era tarde,” dice el entonces vicepresidente entrante Sandro Rosell.
“No lo lamento para nada,” ha dicho Cesc. “Nadie quiere dejar el Barça hoy porque todos tienen una opción, pero cuando yo estaba allí tenías que esperar mucho tiempo. Y cuando un equipo profesional te ofrece un contrato a los dieciséis años…”
Esta noche, Fábregas se reunirá con amigos de toda la vida, pueda jugar o no. La próxima semana volverá a casa. Ha tratado de esquivar esto también, pero la pregunta se mantiene en el Arsenal: habiendo terminado su aprendizaje en Inglaterra, ¿volverá –como Piqué del Manchester United– para siempre?
Uno de los tesoros más valiosos en la colección privada de Fábregas es una camiseta firmada por Guardiola en La Masía. Dice, “Al futuro número 4 del Barcelona”. Por años, ha sido el sueño más acariciado de Francesc Fábregas Soler; por años, ha sido la pesadilla más grande para el Arsenal.
© Guardian News and Media Limited 2010
lunes, 15 de marzo de 2010
Cuando prohibir no estaba prohibido

Los dos siglos y tres olas de liberación femenina -que han promovido su derecho de sufragio, compensación cultural y participación social sin distingos- tendrían que haber permitido la existencia de un perfil femenino actual con mayores satisfacciones para el colectivo, siendo también verdad que hay todavía muchas estructuras mentales fosilizadas por derribar. Imagino que es por esto último que todavía señalamos injustamente con el dedo -a sus espaldas, habitualmente- a la cariacontecida y antipática compañera de trabajo, y atribuimos su hosquedad a no haberse comido un rosco en años. Años atrás -o, mejor, en los años de Groucho- me lo hubiera creído, pero pienso que hoy la liberación las ha llevado de un extremo en que esposos y padres decidían sobre su amor y su sexo a otro donde éstos han dejado de decidir, pero tampoco les han dejado a ellas hacerlo plenamente. Cuántas mujeres tienen una vida sexual activa y decisoria, y sin embargo -una vez pasado el torbellino de la seducción y el goce físico- tenemos que oirles penosas confesiones de codependencia afectiva, donde el sexo es el único anclaje que tienen para mantenerse al lado de un personaje nocivo y desalmado que, incluso a riesgo del maltrato físico, es el único que les resuelve defectos emocionales con su aparente autoconfianza. No es raro escucharlas culpar a la sociedad machista por imponer la creencia del sexo como remedio de todo mal, ni notar el llanto contenido de aquella que no lo practica por su autorepresión, miedo o simple fealdad de cojones.
La hiperexposición al mensaje mediático de hoy insinúa mensajes donde sólo una sexualidad aeróbica y dermoestética es garantía de felicidad para las mujeres. Claro, las más empanadas e intonsas no ven las órdenes que se les dispara hacia el subconsciente: compra esta falda, esta crema, este cereal y este coche, te verás tan delgada y deseable como esta modelo y, por lo tanto, serás feliz y te reirás como ella ante la cámara. Dado que los hombres somos, según Camille Paglia, "exiliados sexuales", que vagamos "por el mundo siguiendo a la satisfacción, buscando sin querer conseguir nunca", ya tenemos bastante con las emociones y poca falta nos hacen los sentimientos, pues vamos provistos de una congénita y casi inagotable fertilidad seminal que nos libera de la presión de cualquier reloj biológico y nos permite pelearnos cavernícolamente entre nosotros. No por ellas, bueno fuera; es una pelea entre machos alfa, donde sólo nos importa quién es el que más folla o quién la tiene más grande. Luego que esta demoledora selección natural erige a sus ganadores, encontramos entre los escombros a los más perdedores entre todos los hombres: los que tienen por todo intelecto la cabeza de abajo, residuos humanos que, desolados al ver sus escasos once centímetros de dote, se consuelan ejerciendo violencia física con una pobre ilusa que les ve como salvación. Consumen porno del desayuno a la cena, en menú por la tele y a la carta por internet, o beben y toman drogas buscando dosis más fuertes cada vez, para olvidar momentáneamente a la vieja, gorda, loca o suicida que vive con ellos pero de la que tampoco se quieren separar.
(Qué mal estamos, ¿no? Parece como si el paraíso sólo existiera en las pantallas, y que sólo podemos estar en él si nos apellidamos Pitt o Jolie. No es verdad. La calle es un desfile de rostros estreñidos y cabizbajos, y la felicidad una alucinación colectiva de fin de semana. La soltería es una mezcla de libertad y poder deseada por el que la tiene y por el que no. Uno posa la mano firme sobre el alimento que saciará su deseo, y sabe por aquella automática agricultura sexual qué flor se llevará al huerto. Sonríe ante la queja masiva del esposo, del novio y del enamorado amigos por igual, porque su independencia le hace más hombre. Más selectivo. Más inalcanzable. Irresistible, finalmente. Disfruta ejerciendo la operativa clásica para capturar presas: soledad de bar, localización de objetivo, cruce de miradas, sonrisas inciertas, ruptura de hielo con chiste entre grosero y genial, secretos inexistentes al oído, más chistes que disimulen tocamientos ligeros, dos vodka red bull o cuatro copas de vino que se las paga ella sola -liberación femenina- y dos que le paga a uno -para que crea en su seducción- y el ataque final, directo al oído, de palabras dulces de la boca para afuera, donde -luego de dos o tres horas de inversión- ella no puede más y capitula, igual que el dueño del bar cuando echa a todo el aforo al frío de la puta calle. Camino a casa con breves muestras de afecto según la ocasión y hora de tránsito por la ciudad. Exhibición de proeza en proporción a los atributos de ella. Buenas tetas y piernas dos horas incluyendo pase de pernocta, polvo mañanero y desayuno en el café del barrio; normalita cuarenta minutos y pase de pernocta sólo si se porta bien; emergencia de protección civil quince, con pretexto de novia oficial en camino si se ha de forzar su salida. El problema viene cuando uno se pregunta porqué viene haciendo lo mismo durante tantos años cuando podría estar en camita -solo- leyendo un buen libro o viendo una película, en vez de escuchar aburridas quejas de trabajo donde el jefe siempre se la quiere cepillar; cuando uno se pregunta qué hace, a su edad, metiéndose en situaciones tan pesadas que le ralentizan las manecillas del reloj y hacen de su hora un día, de su diversión ociosa un trabajo arduo, de su pies de plomo bola y grillete. Las deliciosas curvas de mujer se vuelven gruesas serpientes, el olor salvaje ajeno sabe mal, el pelo sedoso se eriza hirsuto; la cabeza de uno se pega contra la almohada, a ver si los algodones logran proteger aunque sea uno de los oídos de tanta verborrea, sintiéndose culpable por haber empezado la verborrea mientras él, o su cabeza de abajo, se resignan a apechugar búmeran y gatillazo a la vez.)
Pues vaya mierda de mundo. ¿Al final todas son muñecas rotas que se ven bien por fuera, pero al menor descuido se descalabran? ¿No está bien uno así como está? ¿Está bien que ellas confundan sexo con amor? ¿Está bien que Groucho y yo -no su libro, él y yo- lo tengamos claro? ¿Puede uno disfrutar de sus contradicciones? El celibato es una opción deseable, y uno puede abrazarse a su bien ganada reputación de autónomo emocional dando factura, eso sí, por los servicios prestados. Quizá no es tan cruel pagar con la moneda de la soledad, después de todo, quizá no mata; la militancia del escritor, a diferencia de la del guerrillero o el sacerdote, es diosa y da vida. Dan ganas de ser Groucho Marx -perdón, digo, de ser niño otra vez: de ensuciarse la ropa, comer hasta reventar, jugar al fútbol, tirar de las coletas de las niñas.
No, de esto ya no. Para qué volver, otra vez, a lo mismo...
© 2010 Alejandro Tellería. Todos los derechos reservados.
domingo, 14 de marzo de 2010
Granta 109: metiendo la nariz en el mileurismo

Siempre en el esfuerzo de dejar constancia escrita de nuestro tiempo y, por tanto, atenta a lo que se cuece en la literatura actual, la visión panorámica de Granta ha captado la calidad de primeros textos de escritores jóvenes en carrera ascendente, como la escritora y activista india Arundhati Roy y la autora de Dientes Blancos y El cazador de autógrafos Zadie Smith. Así, vista la utilidad de quitar la mirada cómoda hacia el ombligo hispanoamericano, alistaremos las narices para husmear en el fogón literario angloparlante y disfrutar de esta suculenta edición, Granta 109: Work, número dedicado a las diversas facetas, no todas tristes o desagradables, del trabajo humano.
La olla se abre con Life Among The Pirates (Vivir entre piratas), un estudio desenfadado con toques de cuento donde Daniel Alarcón (Lima, 1977) bucea en los peligrosos mares de la piratería de libros en Sudamérica. El escritor peruano criado desde la infancia en Alabama logra aquí una magnífica pieza que, por una parte, aclara con cifras y estadísticas el volumen económico real que la industria literaria maneja en la clandestinidad y, por otra, lleva al lector de la mano por las entrañas del comercio ilegal de libros. Se despliega entonces una expedición documental de tiempo y velocidad cinematográficas: Alarcón exhibe la expedición de quien entiende el asunto desde dentro, y se entrevista con sus fuentes en callejuelas plagadas de malhechores de todo calibre, honestos bares de serrín en el suelo y pisos altos con vistas lujosísimas de la ciudad por igual. Tampoco le cuesta subirse las mangas de cara al escabroso tema sobre el que trata su texto; podemos sentir la comodidad que siente describiendo personajes y situaciones que por su crianza deberían serle ajenas, pero que su origen afín refina para elevar el realismo de su tono discursivo y dejarlo casi en una proclama de respeto y cariño, a la Nelson Algren, por las vidas de quienes retrata.
Donald Ray Pollock (Ohio, 1954) continúa la ruta cutre del trabajo con Tommy, una hermosa fábula de redención que pinta las grises existencias de aquellos engranajes humanos, mientras mantienen en movimiento la maquinaria capitalista norteamericana. Su fresco vozarrón literario, él mismo obrero de una fábrica de papel hasta los cincuenta años de edad, es áspero a la vez que tierno para contar la historia de Tommy, una vida premiada con una mente quizá sana y un cuerpo probablemente sano también, pero vacío de espíritu hasta la desesperanza, rasgo visible de toda desquerida sociedad burguesa occidental de respeto y que Pollock demuestra conocer de causa. No en vano tituló su novela debut –publicada a sus cincuenta y cuatro años– con el montaraz nombre de su propio pueblo natal llamado Knockemstiff (en lego, ‘pelotazo’) para eterna memoria de los licores ilegales que se producían en sus predios durante los años de la Gran Depresión norteamericana, con el loable propósito de aliviar, aunque fuese temporalmente, sus estragos. Pollock rescata la belleza de lo proletario y marginal con una narrativa ubicada entre un Hemingway borracho y un Raymond Carver en anfetaminas.
Esta edición laboral de Granta adquiere entonación tecno con el texto de Steven Hall (Derbyshire, 1975) de nombre What I Think About When I Think About Robots (Lo que pienso cuando pienso en robots), reportando sobre lo más destacado hoy en inteligencia artificial. Conoceremos a TANK, recepcionista del instituto de robótica de la Universidad Carnegie Mellon en Pittsburgh, y HERB, una máquina autónoma que absorbe información de su entorno. Los fanáticos de la tecnología estarán de plácemes con Hall merodeando por pasillos universitarios con un potencial empleado y otro potencial empleador, que en poco podrían ayudar a que los humanos sigan engrosando las filas del desempleo sin preocupación.
Un poema de Derek Walcott (Saint Lucia, 1954, Premio Nobel de Literatura 1992), titulado In The Village (En el pueblo) pone color caribeño a una escena neoyorquina que funge de preludio a la solemnidad que, presuntamente, debe evocar Salman Rushdie (Mumbai, 1947). En Notes On Sloth (Notas sobre la pereza) el versista satánico se despacha a gusto en una deliciosa exploración que va desde Saligia –el acrónimo creado para que todo holgazán que se precie recuerde los siete pecados capitales en una sola palabra– pasa por la modelo Linda Evangelista –si alguien tiene pereza de pasar por allí, no soy yo– y termina en el delirante retrato de un gandul ruso llamado Ilya Ilyich Oblomov, que planta serias dudas sobre permitir que la esclavitud laboral se domicilie en nuestras vidas. Imprescindible.
Colum McCann (Dublin, 1965) emplea Looking For The Rozziner (Buscando el aliciente) para despertar una visita infantil al trabajo de su padre, periodista del ya desparecido periódico dublinés Evening Press. McCann nos da la visión personal de un niño de nueve años, embelesado por las portentosas rotativas de la planta de producción del diario pero que no por eso es ajeno a la diferencia entre el trabajo y el juego, personificada tanto por prestigiosos periodistas como por esforzados trabajadores de imprenta. Ellos le dejarán una lección de vida tan sencilla como imperecedera: encontrar el rozziner mañanero.
Volamos en el tiempo a la Europa del siglo XVIII, llevados por Julian Barnes (Leicester, 1946) en su nuevo cuento, Harmony (Armonía). Veremos los trabajos que pasa un médico llamado M– para curar la ceguera de la joven aristócrata Maria Theresia von P– frente al antagonismo de sus celosos padres, en un relato pulcro y diestro que se mantiene fiel al respetable fuelle literario del autor de Flaubert’s Parrot, Arthur & George y Nothing To Be Frightened Of (publicado recientemente por Anagrama como Nada que temer).
Primero haciendo periodismo, luego recogiendo basura y terminando como profesor de Harvard, Brad Watson (Mississippi, 1955) se hizo de un lugar en el mundo literario con un libro de cuentos, Last Days of the Dog-Men (1996). Ahora, Granta publica su cuento Vacuum (Aspiradora y vacío), una estampa de tres pequeños –hijos del divorcio y esclavos del trabajo materno– que matan el tedio de la soledad urbana jugando con carabinas, empuñando navajas y saltando del tejado. Watson se plantea con solvencia el ejercicio de desvelarnos aquellas pequeñas mentes y corazones, en una acertada clave de thriller psicológico. Seguimos el punto de vista infantil sobre el trabajo en Secrets Of The Trade (Los secretos del negocio) que tiene a Yiyun Li (Pekín, 1972) contándonos la historia del trabajo de su padre, científico nuclear empleado del gobierno comunista que lleva a la familia a vivir en un claustrofóbico suburbio lleno de familias de científicos nucleares comunistas donde, paradójicamente, recién comprende la existencia de otro mundo más allá de las fronteras políticas; Essex Clay (Arcilla de Essex) de Peter Stothard (Essex, 1951) deja ver la deprimente falta de identidad propia en la aburrida urbanización Marconi, comunidad de técnicos de radar plagada de álgebra y papel milimetrado casi desprovista de libros de texto, burlándose de su enfermiza monotonía pero resaltando cariñosamente las originales maneras que tenían para reivindicar sus individualidades entre tan forzosa igualdad.
Martin Kimani (Nairobi, 1965) examina estremecedoramente y a profundidad el genocidio de Ruanda en The Work Of War, o el trabajo de la guerra: para la etnia Hutu, el exterminio de sus compatriotas Tutsis era un trabajo que les reunía, a través de la muerte, en la inexistente sensación de pertenencia ruandesa, y Kimani explica indirectamente el macabro significado local de las expresiones ‘ir a trabajar’ y ‘herramientas de trabajo’.
Sigmund Freud deque el amor y el trabajo son las piedras angulares de la condición humana. Al trabajo, sin embargo, se han dedicado mucho menos páginas en los libros que a la innegable aspiración amorosa del hombre. Y en un país que mientras más regatea la crisis económica más se plaga de mileuristas, esta edición de Granta llega como pedrada a ojo tuerto para refrescar nuestra visión laboral y seguir trabajando duro, sí, pero sin dejar que el curro se nos domicilie miserablemente en la existencia. Demos gracias a las reivindicaciones sociales por tener un trabajo, si lo tenemos, y si no, mejor será que sigamos buscando hasta conseguir uno que nos dé, a ser posible, la ansiada luz al final del túnel. Porque podríamos quedarnos perdidos en el vergel de noches, coplas y guitarras, pero compartirlo con el trabajo podría alejarnos –luego de los sesenta y cinco años– de la oscuridad.lunes, 11 de enero de 2010
Malcolm McLaren
Aquí Chico, Groucho, Harpo y el sombrero arman lío en A Night In The Opera (1935).
En 1797, un mercader textil llamado John Hetherington paseaba por el Strand londinense con un sombrero de seda negra, "una estructura alta y lustrosa, calculada para atemorizar a los tímidos." Se dice que las mujeres se desmayaron, varios niños gritaron e incluso unos perros dieron ladridos al verle, y que hasta un pequeño fue arrollado por una multitud que huía espantada del provocador Hetherington. La guardia urbana le detuvo, le hizo cargos por alteración de la tranquilidad pública e incitación al desorden y -aún asentando en el parte que "simplemente ejercía su derecho a aparecer con un tocado de diseño y elaboración propia, derecho el cual no se niega a ningún ciudadano inglés"- le detuvo en comisaría hasta completar el pago de 500 libras de multa.
(Traducido y adaptado del blog de The Times Online de hoy: http://timesonline.typepad.com/timesarchive/2010/01/why-inventors-werent-always-hailed-as-heroes.html)
viernes, 8 de enero de 2010
Me robaron a Harpo

Harpo ha sido abducido por algún intraterrestre que no lee inglés. El muy palurdo me ha robado la única pomada con que froté mis penas recientes hasta calmarlas, y ni siquiera podrá usarla él. Estoy ahora a merced del frío; me duele todo, incluso el cuerpo.
sábado, 2 de enero de 2010
Visionarios del futuro

"Les Prevoyants de L'Avenir
Fête des 10 Millions
Dimanche 13 Août 1893
Grande fête - de jour et de nuit
à 10 hr du soir - Feu d'Artifice
à 11 hr du soir - Embrasement de la Tour Eiffel
Entrée 0.50 fr donnant droit à un billet de tombola
au Champ de Mars
Voies de communications: Les Bateaux Parisiens, le Chemin de fer de ceinture, pouvant etre pris aux gares du Nord, de l'Est, de Lyon, d'Orleans et Saint Lazare. Tramways: Bastille-Porte Rapp, Bastille-Pont de l'Alma, Louvre-Versailles, la Villète-Trocadero, Montparnasse-Barrière de l'Etoile. Omnibus: Porte Saint Martin-Grenelle, Bastille-Ecole Militaire, etc."
La mía es copia a escala de una reproducción al tamaño, colgada junto a otras similares en el bar de mi querido restaurante Nou Candanchú. Ramona, su ama y señora, volvía de una visita a París con varias copias de esos carteles para regalarlas. Me dio a escoger entre ésa o la de una de Aristide Bruant con sombrero negro y bufanda roja, que está también colgada allí pero me inquieta menos. Y haber escogido la mía implicó llevar un poco de alegría a mi habitación: observo a menudo las escenas circenses que se llevaron a cabo aquel domingo 13 de agosto de 1893, con el fondo de la torre Eiffel en llamas y un globo aerostático al lado dominando el archiretratado paisaje de nubes tricolores de la ciudad. Me asombra siempre el detalle de los medios de transporte disponibles para llegar -cosa que aún se me antoja increíble para la época- pero hoy, en los ratos holgazanes en que un flâneur como yo descansa de la lectura de la biografía de Harpo Marx, me pregunté: ¿qué es, o eran, aquellos previsores de lo que vendría después?
Curioso, me metí a buscar. Resulta que Les Prevoyants de L'Avenir - Societé Civile de Retraités fondée en 1880 era una caja mutual de servidores civiles del gobierno, que organizó este evento celebrando haber alcanzado los diez millones de francos de capital social, y que hasta hace poco operaba bajo el nombre de Caisse Autonome de Retraite des Élus Locaux (CAREL) aunque parece haber cambiado ese nombre por una mala gestión administrativa. En vez de seguir encontrando detalles económicos que realmente me la traen floja, elijo dejar la búsqueda mutualista y hurgar en la historia del transporte público de París, porque se me ha cruzado por la cabeza la idea de alucinar cómo me movilizaría allí y entonces.
Los franceses, socialistas desde siempre, inventaron el transporte público en 1617. A un tal Nicolas Sauvage se le ocurrió abrir un depósito con veinte carruajes de alquiler, ancestros de los taxis, en la rue Saint Martin de Paris; como éste quedaba frente a un hotel -sí, ya existían allí- el servicio no tardó en darse a conocer, aunque en escala limitada. Pero fue Blas Pascal, el niño prodigio luego matemático y filósofo, quien hizo los primeros experimentos obteniendo un permiso del rey Luis XIV para explotar cinco líneas que partieran del palacio de Luxembourg a horas fijas. Una de ellas recorría gran parte de la ciudad por el Luxembourg, la Porte Saint-Antoine, Saint-Roch, Montmartre y la Bastilla. El servicio empezó el 18 de marzo de 1662 con una tarifa base de cinco soles, equivalente a medio kilo de ternera. Al ser el salario medio de la época de 8 soles diarios para un obrero manual, los nuevos nobles no soportaron la idea de tener que compartir carruaje con los comunes mortales e influyeron sobre las autoridades para que el servicio terminara, como sucedió pocos años después.
El sistema sólo volvería en 1828 -casi como lo conocemos ahora y ya dentro de los nuevos ideales de libertad, igualdad y fraternidad- de la mano de Stanislas Baudry, quien había probado su efectividad en Nantes, en forma de carruaje de veinte asientos tirado por caballos, por dos años antes de llevarlo a París. Por otro lado el tranvía urbano aparecería en 1871, sus hermanos a vapor en 1880 y los eléctricos en 1888; el tren circular urbano o chemin de fer de ceinture, que unía las puertas de acceso a la ciudad con el centro, funcionaba desde 1852, y les Bateaux Parisiens, los botes-mosca creados en los astilleros Félizate en 1863 para servir en Lyon y luego ser llevados a París, ya existían entonces y hasta hoy llevan a la gente arriba y abajo el Sena. Con todo esto ya estoy listo para viajar a 1893, transportándome cómodamente en la ciudad luz.
Conocer París -así como tener esta inexplicable afición por los medios de transporte de superficie y otros asuntos carentes de utilidad práctica- me permite imaginarme en semejante tránsito atemporal, sin que me importe saber cuál es el presente, el pasado o el futuro. Gracias, Ramona. Au revoir.