
Por KEVIN GARSIDE
www.telegraph.co.uk
Publicado 7:45AM BST 01 Abr 2010
traducido por mí
Todo lo que se hace a la perfección es arte, según Arsène Wenger. Con las mismas palabras, anoche, la itinerante galería de arte del Barça casi le manda a la horca. “Ya me voy a casa,” decía en su tribuna un dolido hincha del Arsenal, durante el medio tiempo. Aunque al final tuvo el acierto de quedarse, uno sabía lo que había querido decir. Uno de los misterios de este juego es que un equipo tan devastadoramente dominante termine yéndose con sólo una parte del botín.
No nos engañemos. El marcador final ha sido sólo anestesia de corta duración: tras él está el rostro compungido de Wenger. El tardío dividendo que aportaron Theo Walcott y el penalti de Cesc Fábregas no pueden ocultar la verdad de otra noche de correctivos para el fútbol inglés. Después de la humillación del Manchester United en Munich, el Arsenal recibió una lección sobre los fundamentos de este deporte en el estadio de Emirates. A los 22 segundos de la segunda parte, el gol que amenazó reventar las redes de la portería del Arsenal tras tan centelleante apertura llegó cortesía del peor ejecutante de la orquesta, aquel fiasco en terreno inglés de nombre Zlatan Ibrahimoviç. Y pudieron haber sido media docena. Hay dos maneras de jugar a fútbol: como el Barça o como todos los demás.
Los minutos iniciales que siguieron aumentaron la duración de la lección del arte de la posesión, donde se supone que el Arsenal siempre ha sacado notas. Barcelona se plantó en el campo como si estuviera en la Liga BBVA. Da igual si venimos de locales o vamos de visitantes. Somos el Barça, dicen ellos. Así jugamos. Véncenos, si puedes. En la psicología del juego, sin ya siquiera tener en cuenta el control del balón, el FC Barcelona muestra su músculo mental. Ninguno de sus jugadores acusa recibo del marcaje, pues prácticamente ignoran a sus contrincantes. La primera mitad fue un asalto a la autoestima del Arsenal, luego del cual les hizo falta el tratamiento analgésico que prodigó su afición. Més que un club –más que un club. Así se ve el Barça a sí mismo. La inmodesta frase, acuñada sobre el ideal catalán de independencia y unicidad, luce su orgullo sobre la gradería del Camp Nou. No tanto un equipo, dicen, como una emoción o un sentimiento.
Un club de fútbol se convierte así en una insignia, un tatuaje global que se graba al fuego en la cornisa noreste de España que busca distanciarse de la administración central en Madrid. La apropiación del equipo por parte de la clase política catalana da a los separatistas una identidad popular, y moviliza a los románticos del Camp Nou en su propia lucha interna con la camiseta merengue. La filosofía barcelonista hace de su política de cantera de futbolistas una virtud, que anoche produjo a siete jugadores del primero equipo. La única pifia de la construcción es que no todos son de Cataluña, aunque todos hablan el mismo lenguaje con el balón a los pies. El impulso minimalista de Lionel Messi en la hegemonía impuesta por el Barça fue una vergüenza añadida para el Arsenal.
No es que el mejor jugador del mundo 2009 haya dejado de colorear el lienzo con su toque hipnótico, sino que todos los demás tocaron balón igual que él. Fue una humillación inflingida universalmente y en toda regla. La plantilla barcelonista surgía del campo, jugador a jugador, como esqueletos saliendo de los dientes de Hidra, la de las siete cabezas, en Jasón y los argonautas. Fue un ataque inmisericorde, interminable donde Dani Alves, por ejemplo, debió haber sido un lateral derecho natural. Sin embargo, la riqueza futbolística del FC Barcelona es tan grande que Alves se permitió recostarse completamente sobre toda su banda mientras que, en el lado opuesto, Maxwell protagonizaba una resurrección de su mítico compatriota Rivelino, a pesar de su posición conceptual de lateral izquierdo. Fue un milagro que el primer tiempo terminase sin goles.
El marcador, finalmente, tuvo que rendirse dos veces –por sólo las leyes de la gravedad– ante el peso de la presión barcelonista de la mano, o los pies, de Ibrahimoviç. El Chelsea y el Manchester United habían desmantelado al Arsenal en el mismísimo Emirates, pero nunca de esta manera. En teoría, el Barça llegaba tocado por la ausencia de Andrés Iniesta. La capacidad para llenar su casilla demuestra porqué Fábregas no emprenderá el viaje de regreso a su tierra con mucha prisa. No le necesitan.
El cambio de Bacary Sagna por Theo Walcott, defensor por atacante, a 24 minutos del final fue –ya poniéndole humor negro– un paso más del condenado hacia la horca. Wenger no tenía nada qué perder, y puso en la ruleta todo el dinero que llevaba a su 14 rojo. El instinto futbolístico de Walcott ha sido cuestionado por puristas como el otrora extremo de la selección inglesa Chris Waddle, quien le considera más un corredor en botines que un futbolista. Ahora Waddle tendría que volver a pensar sobre sus palabras. La velocidad es asesina, en cualquier deporte. Futbolista o no, Walcott puso el viento en contra del Barça por primera vez en la noche, con un gol que pasará a la historia del equipo que actualmente detenta la copa de la máxima competición europea.
Si Fabio Capello puede acercarse a él más que el cameo que hizo anoche apareciéndose en el estadio, entonces la selección de Inglaterra podrá buscar una nueva dimensión en el flanco derecho. El FC Barcelona se deshinchó como un globo tras un pinchazo. Una tangana en el área por la que Carles Puyol resultó amonestado con tarjeta roja por falta contra Fábregas, mientras éste se recuperaba momentáneamente para convertir de penalti, y Messi cambiado por un flojo Henry, hicieron que el destino se pusiera la camiseta del Arsenal.
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