
desde su piso en el Quartier Latin al
pavillon de Gertrude Stein en el 27 de la rue des Fleurs debía ser agradable. Bajando por rue Mouffetard hasta girar a la izquierda en rue Clovis, llegaba hasta Place du Pantheon -"llevado por el viento" dice en
París era una fiesta (A Moveable Feast)- para luego recorrer su empedrado vacío hacia rue Soufflot, una calle ancha y corta que mezcla cafés de máquina con estudiantes de la Sorbona sobre la acera. Para entonces, el buen Ernest podría ver los jardines de Luxemburgo al final de la calle; tendría que esperar que pase el tráfico alrededor de la plaza Edmond Rostand, pero le valdría la pena caminar a través del parque, especialmente en el buen tiempo del verano cuando las muchachas jóvenes disfrutan de la lectura al aire libre, y los colegiales en pantalones cortos utilizan palillos para dirigir sus barcos de vela de juguete en su fuente. Y, si no llegaba demasiado tarde, o sin anunciarse como la señora Stein estaba acostumbrada, podía desviarse un poquito del cercano palacio de Luxemburgo, pasar la puerta abierta y llegar al 12 de la rue de l'Odeon, a la librería Shakespeare & Company que, entonces, era propiedad de Sylvia Beach.
Fue a finales de 1921 cuando Hemingway "solamente entró" en la tienda, apunta Beach en su libro de memorias adecuadamente titulado
Shakespeare and Company. Sherwood Anderson le había recomendado el lugar, pero Hemingway no se molestó en mencionarle; en lugar de ello simplemente se presentó diciendo, con voz profunda, "me llamo Ernest Hemingway". Todavía faltaban cinco años para que el éxito de
Fiesta (The Sun Also Rises) le pusiese en boca de toda la gene

ración perdida, época en que Hemingway se ganaba la vida, por poco y nada, como corresponsal de deportes del Toronto Star. Sylvia dejaba el negocio por momentos para oír a un tímido y joven Hemingway contarle de nuevo -siempre con un poco de vergüenza- sus historias de guerra como conductor de ambulancia en Italia y, luego de la insistencia femenina, quitarse los zapatos y subirse los pantalones para exhibir sus cicatrices de batalla.
En todo sentido, la librería de Sylvia era la mejor de la zona. Tenía una clientela leal, una buena selección de las revistas literarias más actuales de ambos lados del Atlántico, una ecléctica aunque pequeña biblioteca de lengua inglesa, y personal bien informado. La clientela, por supuesto, se convertiría en el grupo de
artistes más celebrado de la historia; en cualquier momento un Hemingway joven, habiendo deseado buenos días a un F. Scott Fitzgerald que se iba del local, podía hojear las ajadas páginas de revistas t
ransatlánticas y tropezar con un nuevo episodio del
Ulises, que Sylvia publicaría en forma de libro en su imprenta anexa. Joyce mismo primero frecuentó la tienda y luego se instaló en ella, usándola como despacho, biblioteca, oficina de correos y estudio.

Después de que
Fiesta cambiara la literatura para siempre, Hemingway se volvió ciudadano del mundo viviendo en España, la Florida, Cuba, y finalmente Ketchum, Idaho. A pesar que sus días en París palidecieron en su recuerdo y se enterraron finalmente en fotos y escritos, nunca olvidó a su librería preferida. Cuando Sylvia se negó a vender su última copia de
Finnegan's Wake a un oficial alemán de alta graduación, se decretó que el almacén debía ser cerrado y toda la mercancía confiscada. De inmediato Sylvia mudó todo a su piso y borró el cartel: Shakespeare & Company había desaparecido, después de veinte años de ser el cuartel de las reuniones literarias más importantes de todos los tiempos. Fue Hemingway quien en 1944, a la vanguardia de las fuerzas aliadas, condujo su jeep al 12 de rue de l'Odeon y declaró oficialmente "liberada" a Shakespeare & Company.
En 1951, treinta años después, George Whitman abrió Le Mistral, una librería de lengua inglesa en el 37 de la rue de la Boucherie, en el lado izquierdo del Sena y a tiro de piedra de Notre Dame. La compró con una herencia, y la llenó de todo lo que había adquirido con los vales de dispensa militar, canjeables por libros, que había escamoteado de soldados no interesados en la literatura, reuniendo una colección envidiable de primeras ediciones de escritores de la generación perdida. Como Sylvia, usó el segundo piso como biblioteca y lugar para reuniones literarias, y llenó rápidamente de la nueva generación de escritores expatriados, un grupo diferente, más fragmentado y atrevido. Cuando Ginsberg y los Beat llegaron a París a finales de los '50 leían sus trabajos m

ás recientes en la calle delante de la tienda: Corso leyó sus poemas, Ginsberg leyó
Howl y, aún más chocante, Burroughs leyó fragmentos de su
Almuerzo Desnudo.
A la muerte de Sylvia Beach en 1962, George llamó a su propia librería Shakespeare & Company en su honor, aunque probablemente sin su permiso. Quizá no le hubiese importado, porque seguía habiendo muchos aspirantes a escritor que pasarían por el lugar, lo que facilitó a George la busca y captura de sus propios Hemingway, Fitzgerald y Joyce. Para atraerlos, abrió el hotel Tumbleweed; instaló literas en la biblioteca donde los escritores jóvenes y sin suerte podían permanecer con tal que "leyeran un libro al día" y trabajaran una hora en la tienda. Los escritores más establecidos podían quedarse arriba en el cuarto del escritor, que lucía tres paredes llenas de volúmenes raros y camas considerablemente más cómodas. Según George, más de 10.000 viajeros han permanecido por lo menos por una noche; cada visitante debe dejar una autobiografía corta y una foto. Muchas de estas fotos adornan las paredes del cuarto del escritor: Lawrence Durrell, Allen Ginsberg y Henry Miller junto a tomas clásicas de Hemingway, Joyce y de una omnipresente Sylvia Beach.

Solterón maduro, Whitman tuvo a su única hija casi a los sesenta años y probó que el nuevo nombre de la tienda era más que un truco publicitario, llamando a su propia hija Sylvia Beach Whitman. De hecho, es fácil asumir que la actual es la misma librería frecuentada por Hemingway y Joyce, y George hace poco para corregir al turista-fotógrafo. Por el contrario, fomenta el rumor de que es nieto ilegítimo de Walt Whitman. A pesar de que se puede decir que su legado permanece a la sombra del de Sylvia, el puesto de Whitman como actual anfitrión literario de París está ya en su cuarta década y ha resistido a la generación Beat, las revueltas estudiantiles de 1968, los hippies y las numerosas intervenciones tributarias de las autoridades francesas (George no acepta tarjetas de crédito; las compras son en efectivo solamente).
Mientras George sigue buscando herederos literarios, los fantasmas de los fundadores se hallan en casa dentro del nuevo Shakespeare & Company. Sigue siendo, como querría su precursora, la mejor librería y parada obligada de mis exploraciones parisinas de la zona, donde George sigue dando guerra y, como siempre, alojamiento gratuito a la creación humana. Iré a verle pronto.
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