sábado, 26 de diciembre de 2009

La caminata de Ernest Hemingway

desde su piso en el Quartier Latin al pavillon de Gertrude Stein en el 27 de la rue des Fleurs debía ser agradable. Bajando por rue Mouffetard hasta girar a la izquierda en rue Clovis, llegaba hasta Place du Pantheon -"llevado por el viento" dice en París era una fiesta (A Moveable Feast)- para luego recorrer su empedrado vacío hacia rue Soufflot, una calle ancha y corta que mezcla cafés de máquina con estudiantes de la Sorbona sobre la acera. Para entonces, el buen Ernest podría ver los jardines de Luxemburgo al final de la calle; tendría que esperar que pase el tráfico alrededor de la plaza Edmond Rostand, pero le valdría la pena caminar a través del parque, especialmente en el buen tiempo del verano cuando las muchachas jóvenes disfrutan de la lectura al aire libre, y los colegiales en pantalones cortos utilizan palillos para dirigir sus barcos de vela de juguete en su fuente. Y, si no llegaba demasiado tarde, o sin anunciarse como la señora Stein estaba acostumbrada, podía desviarse un poquito del cercano palacio de Luxemburgo, pasar la puerta abierta y llegar al 12 de la rue de l'Odeon, a la librería Shakespeare & Company que, entonces, era propiedad de Sylvia Beach.

Fue a finales de 1921 cuando Hemingway "solamente entró" en la tienda, apunta Beach en su libro de memorias adecuadamente titulado Shakespeare and Company. Sherwood Anderson le había recomendado el lugar, pero Hemingway no se molestó en mencionarle; en lugar de ello simplemente se presentó diciendo, con voz profunda, "me llamo Ernest Hemingway". Todavía faltaban cinco años para que el éxito de Fiesta (The Sun Also Rises) le pusiese en boca de toda la generación perdida, época en que Hemingway se ganaba la vida, por poco y nada, como corresponsal de deportes del Toronto Star. Sylvia dejaba el negocio por momentos para oír a un tímido y joven Hemingway contarle de nuevo -siempre con un poco de vergüenza- sus historias de guerra como conductor de ambulancia en Italia y, luego de la insistencia femenina, quitarse los zapatos y subirse los pantalones para exhibir sus cicatrices de batalla.

En todo sentido, la librería de Sylvia era la mejor de la zona. Tenía una clientela leal, una buena selección de las revistas literarias más actuales de ambos lados del Atlántico, una ecléctica aunque pequeña biblioteca de lengua inglesa, y personal bien informado. La clientela, por supuesto, se convertiría en el grupo de artistes más celebrado de la historia; en cualquier momento un Hemingway joven, habiendo deseado buenos días a un F. Scott Fitzgerald que se iba del local, podía hojear las ajadas páginas de revistas transatlánticas y tropezar con un nuevo episodio del Ulises, que Sylvia publicaría en forma de libro en su imprenta anexa. Joyce mismo primero frecuentó la tienda y luego se instaló en ella, usándola como despacho, biblioteca, oficina de correos y estudio.

Después de que Fiesta cambiara la literatura para siempre, Hemingway se volvió ciudadano del mundo viviendo en España, la Florida, Cuba, y finalmente Ketchum, Idaho. A pesar que sus días en París palidecieron en su recuerdo y se enterraron finalmente en fotos y escritos, nunca olvidó a su librería preferida. Cuando Sylvia se negó a vender su última copia de Finnegan's Wake a un oficial alemán de alta graduación, se decretó que el almacén debía ser cerrado y toda la mercancía confiscada. De inmediato Sylvia mudó todo a su piso y borró el cartel: Shakespeare & Company había desaparecido, después de veinte años de ser el cuartel de las reuniones literarias más importantes de todos los tiempos. Fue Hemingway quien en 1944, a la vanguardia de las fuerzas aliadas, condujo su jeep al 12 de rue de l'Odeon y declaró oficialmente "liberada" a Shakespeare & Company.

En 1951, treinta años después, George Whitman abrió Le Mistral, una librería de lengua inglesa en el 37 de la rue de la Boucherie, en el lado izquierdo del Sena y a tiro de piedra de Notre Dame. La compró con una herencia, y la llenó de todo lo que había adquirido con los vales de dispensa militar, canjeables por libros, que había escamoteado de soldados no interesados en la literatura, reuniendo una colección envidiable de primeras ediciones de escritores de la generación perdida. Como Sylvia, usó el segundo piso como biblioteca y lugar para reuniones literarias, y llenó rápidamente de la nueva generación de escritores expatriados, un grupo diferente, más fragmentado y atrevido. Cuando Ginsberg y los Beat llegaron a París a finales de los '50 leían sus trabajos más recientes en la calle delante de la tienda: Corso leyó sus poemas, Ginsberg leyó Howl y, aún más chocante, Burroughs leyó fragmentos de su Almuerzo Desnudo.

A la muerte de Sylvia Beach en 1962, George llamó a su propia librería Shakespeare & Company en su honor, aunque probablemente sin su permiso. Quizá no le hubiese importado, porque seguía habiendo muchos aspirantes a escritor que pasarían por el lugar, lo que facilitó a George la busca y captura de sus propios Hemingway, Fitzgerald y Joyce. Para atraerlos, abrió el hotel Tumbleweed; instaló literas en la biblioteca donde los escritores jóvenes y sin suerte podían permanecer con tal que "leyeran un libro al día" y trabajaran una hora en la tienda. Los escritores más establecidos podían quedarse arriba en el cuarto del escritor, que lucía tres paredes llenas de volúmenes raros y camas considerablemente más cómodas. Según George, más de 10.000 viajeros han permanecido por lo menos por una noche; cada visitante debe dejar una autobiografía corta y una foto. Muchas de estas fotos adornan las paredes del cuarto del escritor: Lawrence Durrell, Allen Ginsberg y Henry Miller junto a tomas clásicas de Hemingway, Joyce y de una omnipresente Sylvia Beach.

Solterón maduro, Whitman tuvo a su única hija casi a los sesenta años y probó que el nuevo nombre de la tienda era más que un truco publicitario, llamando a su propia hija Sylvia Beach Whitman. De hecho, es fácil asumir que la actual es la misma librería frecuentada por Hemingway y Joyce, y George hace poco para corregir al turista-fotógrafo. Por el contrario, fomenta el rumor de que es nieto ilegítimo de Walt Whitman. A pesar de que se puede decir que su legado permanece a la sombra del de Sylvia, el puesto de Whitman como actual anfitrión literario de París está ya en su cuarta década y ha resistido a la generación Beat, las revueltas estudiantiles de 1968, los hippies y las numerosas intervenciones tributarias de las autoridades francesas (George no acepta tarjetas de crédito; las compras son en efectivo solamente).

Mientras George sigue buscando herederos literarios, los fantasmas de los fundadores se hallan en casa dentro del nuevo Shakespeare & Company. Sigue siendo, como querría su precursora, la mejor librería y parada obligada de mis exploraciones parisinas de la zona, donde George sigue dando guerra y, como siempre, alojamiento gratuito a la creación humana. Iré a verle pronto.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Oliver es blaugrana

y se apellida Messi, como Benji es Xavi Hernández y el FC Barcelona un equipo plagado de supercampeones. Porque el famoso anime, que contaba las glorias y penurias futbolísticas de un equipo de chavales entusiastas y dedicados, se ha hecho realidad: al Barça de Guardiola, el míster de La Masía, tienen que inventarle más copas para ganar porque ya las tiene todas. ¿Cómo? Con espíritu. Suena a poco, pero no lo es.

El talento de Josep Guardiola i Sala llegó al club con trece años, cazado antes por la mano experta de Ramón Casado y Antoni Marsol para el equipo infantil del Gimnàstic de Manresa. Un partido amistoso de los manresanos con el FC Barcelona bastó para llamar la atención del desaparecido Oriol Tort -el mayor cazatalentos de la historia de la cantera barcelonista, y su factótum- cuya mano guió al pequeño Josep a La Masía, la escuela de fútbol y hoy fábrica de estrellas, en 1984. Dos años después, la imagen de otra mano, la de Maradona, empezaba a intoxicar el fútbol heredado de Di Stéfano, Pelé y Beckenbauer volviéndolo comercial y estratégico, incluso artero e innoble. Pero no en la gran casa de Les Corts, nuevo domicilio de jóvenes deportistas provenientes del resto de Cataluña, de España y del mundo que sólo veían Supercampeones en la tele si su rendimiento había sido excepcionalmente bueno en esa semana. Allí no se podía tomar cocaína para jugar más fuerte ni se enseñaba a clavar alfileres en las nalgas de los adversarios para distraerles. Allí se transmitía la pura esencia del fútbol asociado que no sabe de estrellas ni premios, sino del sudor y esfuerzo colectivo, corporal e intelectual. Eso chupó a diario el joven Josep para por fin, en 1990, debutar frente al Cádiz y llevar por once años la camiseta blaugrana número 4, en una destacadísima carrera como jugador.

Guardiola nunca fue un jugador fuerte, escurridizo o veloz, pero desde niño tuvo un "tercer ojo" con el que podía deshacerse de un balón caído a sus pies pasándolo al compañero mejor ubicado. Nunca puso la atención en veintidós jugadores: enfocaba su función en dos equipos, el suyo y el del adversario, y esa visión periférica le permitió siempre poner orden a los avances del Barça. Consiguió la primera Champions del equipo catalán a la batuta del Dream Team del 92, una orquesta futbolística con ejecutantes como Bakero, Stoichkov, Koeman, Laudrup y Zubizarreta, para seguir cosechando triunfos en ligas europeas -con paseos finales por Asia y América- hasta su retirada del fútbol rentado en 2005. No contento con ello y fiel a su obsesividad natural, un año después hizo el curso de entrenadores y en 2007 recibió la confianza de Johan Cruyff, otro gran mentor suyo, para entrenar -"no dirigir", según sus propias palabras- al Barça de la Tercera División, al cual hizo campeonar y ascender a la Segunda B en 2008. En mayo de ese año la directiva del club le puso al mando, cuando Ronaldinho gambeteaba más en bares y discotecas que en el Camp Nou y la dirección de Frank Rikjaard estaba llevando la nave a pique.

De esto último hace sólo diecinueve meses. Ayer el Barça cerró el año más productivo de sus 110 años de historia, ganando un controvertido partido final ante Estudiantes de La Plata. Cansados física y mentalmente, arengados por otra genialidad de Guardiola antes del partido -"señores: si pierden seguirán siendo los mejores del mundo, pero si ganan serán eternos"- pero todavía arrastrando días de jet lag y ausente aquel turbopropulsor cañí llamado Andrés Iniesta, el FC Barcelona inició el partido a medio gas, agujerado y emplazado por la invasión argentina de la medular. Con ello, los balonazos altos y largos para Enzo Pérez y Mauro Boselli adelantaron la línea de ataque de los argentinos, haciendo humear la máquina central catalana Piqué-Puyol que, no sin trabajo, pudo desbaratar cada ensayo. En el 37' el uruguayo Díaz sirvió desde la derecha un centro que cabeceó a portería Boselli, a pesar de Puyol y Abidal primero, y de Valdés después. 0-1. Un árbitro innombrable pasó por alto el penal del portero Albil contra Xavi, en el único intento catalán, y el descontento hacía pensar que la Copa amenazaba con irse a Sudamérica. Pero sólo hasta el medio tiempo, en que la embroncada charla técnica del Pep reanimó el hambre de gol del Barça: el replanteamiento de piezas de la segunda parte dejaría claro, con autoridad y voz alta, quién era quién en Abu Dabi.

En los minutos que siguieron el Barça, como motor diésel, engranó marchas adelante con calma, lento pero seguro, mientras que el ataque del Estudiantes ya se mostraba más débil. Sabella, su técnico, empezó a meter jugadores frescos pero sin sacar a los más mermados físicamente, lo que permitió que Ibrahimoviç y Piqué acelerasen como bólidos hacia la portería contraria para inquietud de Albil y desespero de Verón, Bruja incombustible, quien dejaba todo en el campo sin casi acusar cansancio a pesar de sus 34 velitas. Guardiola, excitado por la confusión del contrincante y atacándole más para defenderse mejor, sacó los cañones casi desconocidos de Pedro y Jeffren -recién llegados de las divisiones inferiores- con el encargo de redoblar el asedio. El joven canario consiguió por fin el 1-1 de justicia en el minuto 89, a uno de embarcar la copa hacia Buenos Aires pero justo a tiempo para retirarle la etiqueta, y de un cabezazo alistarla para facturación rumbo a la Ciudad Condal.

Ganó el Barça el derecho a prolongar la disputa a un Estudiantes que boqueaba echado atrás, más desfallecido e inerme a cada minuto de la prórroga, buscando un poco de aire que le permitiera seguir aferrándose al sueño copero. Pero no. No hubo carrera ni pulmón: ya era el Barça quien ametrallaba el tosco pero grueso blindaje argentino con balones a mansalva, hasta que Dani Alves arremete por la calle derecha a velocidad de crucero, minuto 110 y quinto del segundo suplementario, termina desbordando a Cellay y centra; Messi, sin espacio para chutar y retirando el brazo derecho, intercepta con el corazón teñido de azul y grana para dirigir el balón a portería. 2-1. El sueño de la Copa Mundial de Clubes se hizo pesadilla en Buenos Aires y realidad en Barcelona.

Hoy, las seis-copas-seis del Barça de Pep -en este orden: Copa del Rey, Liga BBVA, Supercopa de España, Champions League, Supercopa de Europa y el Mundial de Clubes desde ayer- han hecho pasar de moda esa manera brutal, casi delictiva de jugar al fútbol. Aunque suene increíble en Latinoamérica, ni Xavi, ni Puyol ni Messi son conocidos en discotecas, golpean mujeres ni van ciegos de coca: allí casi no se conocen futbolistas profesionales, íntegros, con la mente sana, el cuerpo sano también y un espíritu que aúne a los dos.

El triunfo del Barça es signo de estos tiempos, pues ya sabemos que el conocimiento y el materialismo del capital no son todo a lo que se ha de aspirar en la vida; no sin un espíritu que anule al individuo egoísta, que le indique el camino de la asociación y la fraternidad. Hoy como nunca antes, la lección deportiva del Barça es más humana de lo que parece. La personalidad de Guardiola podrá pasar pero los principios de La Masía permanecerán; solos no somos nadie, juntos seremos invencibles. Supercampeones, en la vida real.

viernes, 4 de diciembre de 2009

El mejor analgésico

se llama Fender Rhodes y es responsable de varios millones de alegrías a lo largo de mi vida. El sonido distintivo de sus teclas es droga que me sigue dando un placer musical inmenso, y una pastilla que alivia dolores mejor que cualquier compuesto químico; su prescripción es exclusiva a través de un equipo médico liderado por Joe Zawinul, Donald Fagen y Stevie Wonder.

Instrumento electromecánico inventado por Harold Rhodes como piano portátil para terapias de recuperación de veteranos de guerra, este piano eléctrico aparece desde 1965 en la mayoría de estilos musicales, y protagoniza algunas tonadas fácilmente reconocibles como Rosalinda's Eyes y Just The Way You Are de Billy Joel, Angela (cortina musical de la mítica comedia televisiva
Taxi por Bob James, una joya con Hubert Laws en el flautín, Idris Muhammad en batería, Ron Carter en bajo y Eric Gale en guitarra) o Dreamer de Supertramp. Y Fagen tendría complicado interpretar con Steely Dan su Hey Nineteen sin contar con él.

El Fender Rhodes merece sitio preferente en Without Us, otra popularísima pista que presentó la teleserie Family Ties (Enredos de Familia en España y Lazos Familiares en Latinoamérica) en la voz de Johnny Mathis y Deniece Williams donde, en manos de un gran Greg Phillinganes, operó hermosuras tras estas dos importantes voces del soul, hilvanando como si fueran nada los talentos privilegiados de Lee Ritenour, Paulinho Da Costa, Ernie Watts y los dos Porcaro, Jeff y Mike.

Además, el sonido Rhodes acompañó a Zawinul, y a su vez él a Weather Report, en trabajos de alta cirugía analgésica (sic) como esta versión de Black Market, perpetrada felizmente junto a sus secuaces Peter Erskine, Wayne Shorter, Alex Acuña y, cómo no, el inmortal Jaco Pastorius. Y qué
más decir al incluir a Stevie Wonder, que de Estebancito tiene poco y de Maravilla mucho, reventando tecla y pipa en You Are The Sunshine Of My Life.

No he podido -ni querido- evitar que encabece mi lista de Rhodes memorables la que es, a mi juicio, la mejor versión del
Just The Two Of Us de Grover Washington, Jr. En este directo, el tremendo médico del saxo inscribió en la historia del jazz a Richard Tee como cirujano operando el Rhodes, Zack Saunders en la voz, Steve Gadd en la batería, Anthony Jackson al bajo y el tío Gale otra vez, rasgueando cuerda como poseso. El cambio de ritmo del tercer minuto es simplemente electrizante.

Tomo esta pastilla
3 veces al día cuando el cuerpo -o el alma- me lo pide. Recomiendo cuidado porque puede causar adicción: eso lo sé.


miércoles, 2 de diciembre de 2009

Nello canta I Just Called To Say I Love You

con voz quebrada; ya quisiera la de Stevie Wonder tener los altibajos que la sub-versión vociferada por el guitarrista callejero exige a su trajinada garganta rumana. Retoza a su alrededor Linda, una hermosa perrilla negra sin raza que dejó las calles para recibir el calor de hogar que sólo un indigente puede ofrecerle en Barcelona.

Nello lleva una armónica cerca de la boca, colgada de su cuello gracias a un armatoste hecho de algún grueso cordel metálico sobrante; como pagando alquiler de tan original cobijo, Linda baila al enajenado compás que le tocan mientras niños asombrados y treintañeras en oferta sueltan gemidos de ternura. La letra de la canción está en el idioma que el oyente quiera o pueda entender, y la melodía en alguna clave que no ha conocido jamás la Motown; Nello vierte todo esto en sus labios y sus dedos, subvierte todo orden musical conocido y por conocer, y divierte a la plaza entera que, atónita, no puede dar crédito a lo que oye. Y la divertida plaza sonríe maquinalmente desde alguna parte del corazón entre el asombro y la lástima; un lugar que este loco de la colina, entrañable juglar posmoderno del barrio, claramente desconoce.

Más que cantarla, Nello ataca y viola tanto a la original del Estebancito Maravilla que el resultado sirve más para decir te odio, pero hay más cosas que han hecho detenerse a la plaza entera: el alegre desgarro de sus tonadas, la desfachatez de saber que todas las monedas que su mano recoja serán pocas para mejorar su mejorable vida, y que ni siquiera la falta de ellas le quita aquella amplia sonrisa en la cara

- Lo que pasa con esta gente es que es muy feliz, y no tiene dónde caerse muerta

ni las ganas de vivir así, contabilizando su vida de canción en canción más que de día en día. Los meses de sol, es decir casi todos en Barcelona, son propicios para su trabajo; los de verano lo son más porque hay más extranjeros en la ciudad, de ser esto posible. Y él sabe que con los extranjeros llega la costumbre de dar propina, que a pesar de los rumores no ha terminado aún de cundir en el público local. Aún así, alguien del barrio todavía le desliza una pequeña moneda para evitar que se arranque con su discurso–reclamo de miseria, que vendrá con sobrenombre casi ofensivo y aliento a noche inconclusa

- Inglaterro, malo Inglaterro ... ¡No Princesa Diana! ¡TÚ NO Princesa Diana!

de regalo para la infortunada turista -clonación de Jennifer López o Claudia Schiffer- que le niegue unas monedas, máxime si es rubia y habla inglés, entrada en carnes y años, y lleva un peinado que muestra incólume devoción por las revistas de peluquería.

Tamaña capacidad de comparación de sus oyentes con fotos de revista le valió a Nello, durante una de las hoy virulentas fiestas de Gràcia, una mala noche de verano. En su tránsito por las plazas del barrio, ya había dejado atónitas a las plazas de la Virreina y del Reloj, sus favoritas, y ya estaba en la plaza del Sol haciéndose con unas monedas aporreando la guitarra como no lo haría ni Pete Townshend. Ese sábado la plaza estaba febril y loca, como siempre en esa época del año, llena de plantones de estudiantes bebiendo cerveza y fumando chocolate para calmar el dolor de culo que produce el duro cemento, lo cual ya es un lujo si no hay dinero qué gastar en las cómodas terrazas circundantes. Linda había desaparecido y presuntamente muerto en una clínica veterinaria, donde fue llevada por uno de los superpatronos que tenía Nello en el supermercado de Travessera de Gràcia quien prefirió curar a la perra –que yacía, visiblemente enferma, a su lado mientras él cantaba anegado en llanto una sub-versión propia de Hotel California en la puerta del local– que darle una moneda a él. Nello contaba amargamente, en su media lengua, que el hombre se había llevado a Linda porque la quería para él, cosa difícil de entender para alguien que no fuese su amante dueño. Eso dio lugar a la aparición de Linda 2, una cocker spaniel mal cruzada que parecía no querer resignarse a su descastada suerte: no bailaba como Linda 1, desobedecía las toscas órdenes de su amo y se meaba en el trapo donde los transeúntes debían poner sus monedas, dejando claro que era él quien necesitaba de ella más que ella de él. Y esa relación de dependencia emocional era evidente en la plaza del Sol; Nello tocaba mirándola furiosamente con los ojos, mientras Linda 2 se cansaba de no dejarse acariciar por la gente que oía la descarga

- Joder, este sí que es punki

de aquella sacrílega sub-versión de quince minutos de Hotel California. Nada habría pasado si Linda 2 no se hubiese acercado a la furgoneta de la Guardia Urbana, como todas las noches de verano apostada en la esquina de la plaza en previsión de cualquier disturbio callejero con sabor a botellón. Linda 2 no tuvo mejor idea que descargar frenéticamente en Nello alguna ira contenida a ladrido pelado, pero frente a un guardia urbano grandísimo, fortachón y de cabeza rapada que ni siquiera se molestaba en mirarla. Vaya si Nello se molestaba en hacerlo; su gesto tenso mientras tocaba la guitarra explicaba que un urbano era la última persona a quien la perra de un inmigrante ilegal podía hacerle caras, y mientras pasaban los minutos el urbano iba entendiendo toda la situación que ya tenía entendida el guitarrista. Nello sudaba welcome to the hotel California LINDAAAAAAA ta ra rón di séis ta ra rón di séis LINDAAAAAAA y Linda 2 ladra que ladra al calvo, a quien ni sus colegas se atrevían a hacerle una broma al respecto por las malas pulgas que –se podía ver a metros de distancia- parecía tener. Pasaron pocos minutos más hasta que todo el público que estaba entre el rumano y la esquina llena de policías tuvieran una idea cabal de lo que pasaba, y la tensión acabó con Linda 2 meándose en las botas del grandullón, la carcajada general, el urbano haciendo volar por los aires a Linda 2 de una brutal patada, la peña abucheándolo, Nello saliendo sin pagar del hotel y de california para ir a calmar los aullidos de Linda, el urbano acercándosele mientras Nello acunaba en brazos al golpeado animal, Nello exponiendo la situación con el tono de voz de quienes alquilan su autoestima por una moneda para no morir de hambre, su documentación por favor en un tono que de pedir favor no tenía una mierda, silbatina general de desaprobación, mejores pulgas policiales mirando poco cómplices a las pulgas abusivas, Nello de rodillas pidiendo perdón entre lágrimas de dolor y aliento a cerveza, las pulgas urbanas intentando recordar a la gran pulga mala el buen rollito veraniego, el cachas que cede y retrocede, Nello que recoge guitarra y Linda

- Gracia, thank you, Patrono Number One... ¡¡BRUCE WILLIS!!

para salir despavorido con el urbano a la zaga, toda la plaza se caga de risa con el mote y se abre para que esquive al cancerbero por unos metros, pero al final pierde el equilibrio por tener los brazos ocupados de cariño y cae, para ser detenido por el bruce willis hijoputa que era de veras malo, malo malote donde los haya, Nello reducido esperando que le pongan las esposas, reducido a tan poco que en realidad bruce willis no tenía ya a quién ponérselas, no llores, ahora sí que te vas detenido a La Verneda.

Linda 2 terminó sus días bajo las ruedas del autobús número 24, que cruzó la Travessera por Gran de Gràcia cuando el semáforo estaba en rojo, o al menos eso era lo que se había forzado Nello a creer para evitar pensar que Linda 2 había recurrido al suicidio porque le sobresalía entre las patas traseras un pequeño miembro que lo hacía en realidad Lindo, prefiriendo morir como perro real antes que vivir como la perra imaginaria de nadie. Justo después de contarlo diciendo Linda vinticuatro semafóro pum a quien quisiera oírle, Nello bajaba la cabeza y se quedaba así, flor que se marchita de un golpe seco, metido en el personaje de la telenovela de sí mismo que la gente, y quizá él también, se cree para no ser presa de su propia soledad; para por lo menos tener alguien a quien llamar diciéndole I love you.

©2009 Alejandro Tellería. Todos los derechos reservados.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Un día llegó


esta mujer y te tomó por sorpresa; otro día se fue, y de la misma manera.


Las oficinas de hoy dejan las puertas abiertas a todo; de par en par, como piernas de mujer. Y eso está bien, sobre todo si las puertas son el mismo contacto de trabajo por el que te pagan un sueldo mensual. Un inconveniente mínimo, casi nada, es meterse dentro de una llamada telefónica de trabajo, inevitable y seca, para convertirla en el inicio de un sueño común porque sí, ese sueño resulta siendo de ella también. De eso al correo electrónico laboral y prudente, pero igual calenturiento y constante, hay poca distancia, y lo poco se hace nada cuando empiezas a hablar por teléfono a diario dejando salir tus ilusiones, no una por una sino en estampida, sabiendo que ella se traga completa la flema con que proclamas tu erudición y solvencia con el sexo opuesto, pero agregándole el cariño bobalicón del que adora con todas sus fuerzas a quien no conoce de nada. Y así se empieza a amar, mejor dicho a creer que se ama, a una serie de caracteres negros sobre una interminable e inexistente hoja blanca que se ve a diario en una pantalla de cristal líquido que hace creer que todo lo virtual es cierto, garabatos por los que uno pierde la razón si no los ves a la hora en que sueles esperarlos. Demoras de diez minutos o de dos horas crean agujeros en el alma por igual: son forados invisibles que llenas con un trabajo de la oficina que quizá implica inversiones millonarias para la corporación pero que a ti no te importa una mierda, porque sentarte en el despacho –donde tus penas de amor no deberían entrar nunca- ahora te causa la misma desazón que tumbarte en la cama y ya no puedes evitarlo, mejor dicho no quieres, y disfrutas enfermizamente de ello con el placer morboso del cerdo que se revuelve en su porqueriza. Y escribes, no sabes cómo ni cuándo pero eres un gran bardo lírico, el mismísimo Lord Byron maldita sea, y crees que puedes cantar toda tu pasión y tus penas a punta de alaridos, alucinando que ella se derrite de amor a cada palabra tuya, pero cuando los dedos se deslizan sobre el teclado sin control de tan excitados que están, cuando te crees un poeta más grande y de pluma más potente que Byron, sólo te salen las sandeces del mequetrefe corriente que eres de verdad; le preguntas cómo estás, y le dices que te vendría mejor que te llame a las ocho, cariño, aunque no sea así. En el lodazal de ese juego sin final te quedas indefinidamente, porque te gusta y no te atreves a negarlo, pero tienes que demostrar que eres un hombre y que tomas decisiones, y saltas de alegría porque compras un billete de avión para ir y ver si todas las películas que te has montado en la cabeza tienen, mejor dicho podrían tener alguna vez, algún asidero real.


Habías terminado por ir hacia ella; claro, ya te habías aburrido de ensayar ante tu almohada todas las opciones de tu discurso para que comprendiese la hermosura de lo que pensabas y sentías. De tanto ensayo al espejo habías aprendido de memoria tu discurso, con chistes pseudo-casuales incluidos, porque no habías conseguido nadie a quién contarle tu imbécil aflicción sin que hubiese cagado de risa en tu cara; las burlas ya no te importaban en realidad, no más que lo poco que ese inexistente interlocutor contribuiría a incrementar tu mísera posibilidad con aquella mujer que había salido de tus sueños más pueriles y vergonzantes para convertirse en tu almohada, porque ante ella ya te habías hecho el matón con ella y ella (la almohada) ya había cedido a todos tus requerimientos de amante práctico no profesional, porque no te jodía aceptar que estabas fuera del mundo real de los amantes estratégicos, deportivos, jugadores de aquel deporte en el que nunca habías destacado. Pero el infierno que aparecía cada vez que cerrabas los ojos era insoportable, y esperaste a dormir cansado cada noche para que la necesidad fisiológica del sueño te devolviese los abrazos, caricias y palabras dulces que la almohada, y sólo ella, maldita sea, había aprendido a decirte al oído.


¿Querías decirle todo en persona? Pues la tuviste delante, y empezaste a acribillarla con las armas de seducción masiva que –según tu sacrosanta madre- dispararían todo lo que una mujer quiere. Te desdoblaste en atenciones y halagos; le diste los pocos mimos que te permitió, tan sacrosanta ella también, y terminaste por abrirle tu corazón y ponérselo en las manos para que hiciera lo que quisiese, y te sentiste feliz; tanto, que no pudiste ver cuando su tenue sonrisa empezó a desdibujarse claramente de su rostro, para volverse una cadena irrefrenable de bostezos

- Me gusta el sadomaso

- ¡!

que tú debías acallar de la mejor manera posible, y te diste cuenta que cada vez que ella abría la boca para bostezar tú pensabas en algo con qué llenársela y ese algo no era comida, que tanto sentimiento higiénico y celestial para con ella no lo era tanto, y que la mano suave y trémula con la que te tocaba estaba esperando que la tuya fuese lo suficientemente sólida para sostener su inseguridad. Y ahí fuiste, hacia eso que le va, y viste cómo sus fantasías en directo la convertían en otra mujer, la misma con quien le hubieras puesto los cuernos si tu pareja fuese aquella santa de todas tus idealizaciones anteriores, que en cada e-mail repleto de sus febriles florituras –el decoro de niña que tanto te gustaba– te erigía en el príncipe azul de sus sueños. Fuiste y volviste, ella fue y volvió contigo. Separarse es lo mejor para poder volver a unirse otra vez. Cuero y cadenas, te gustó y no te gustó, la amaste y la odiaste, como siempre, como nunca.


Al final, tu condición de costumbre: solo y sin mascotas, curtido por la experiencia de otro viaje anhelado con retorno indeseable. De vuelta a tu tarea habitual: conocer el principio y tropezar con el fin de la vida. Mejor no tener la felicidad para no sentir la necesidad de buscarla. Morir, lo fácil y cobarde. Quererte, tenerte, mantenerte a ti mismo, lo difícil y heroico. Ver pasar por tus narices las hojas de los calendarios y sus días, meses y años a mayor velocidad cada vez. El pasado en el espejo retrovisor, el futuro en cada curva de la carretera, el presente bajo las ruedas del coche de tu vida. Una mano en el volante y otra en la palanca de velocidades, mirada hacia adelante, pies sobre acelerador y freno. La muerte y la vida, dos opciones en un solo bolsillo.


En estos lances, uno tiene que morir para que otro viva.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Todo acto o voz genial


viene del pueblo y va hacia él, de frente o transmitido. Con esta cita de César Vallejo entonada por el poeta y folclorista peruano Nicomedes Santa Cruz (1925-1992) se abría Danzas y Canciones del Perú, un programa de televisión que -un gobierno militar no es precisamente el más creativo a la hora de poner nombres ingeniosos- me enseñó precisamente eso durante la infancia. Después me fijaría más en la música pop y luego incluso me llamaría punki, pero las danzas y canciones que vi en esa época me quedaron grabadas muy hondo en la memoria, y me enseñaron a disfrutar de la llamada música criolla del Perú.

Ayer 31 de octubre se celebró en el Perú el Día de la Canción Criolla. En él, "compositores e intérpretes se juntan en torno de mesas democráticas en las que, junto con las canciones más emotivas del cancionero peruano, se entonan aires de nuestro acervo. Se recuerda a los compositores próceres del criollismo y se brinda con entusiasmo cotidiano. La conmemoración no admite recortes de ninguna naturaleza. El festejo es total," define Wikipedia. Mejor dicho, en ese día se recuerda una costumbre en vías de extinción llamada jarana limeña, donde los vecinos de una calle podían reunirse en la vía pública alrededor de mesas y sillas para comer, cantar y bailar durante -incluso- días. De niño, conocí el final de esa costumbre a través de mi familia, y mi infancia está plagada de recuerdos jaraneros donde se interpretaban piezas de cantantes y compositores como el gran tío Nico, Felipe Pinglo Alva, Pedro Espinel, Porfirio Vásquez, Laureano Martínez, Alcides Carreño, Manuel Covarrubias, Samuel Joya, Pablo Casas Padilla, Nicolás Wetzell, Serafina Quinteras, Filomeno Ormeño, Lucho de la Cuba, Eduardo Márquez Talledo, Alberto Condemarín, Isabel "Chabuca" Granda, Mario Cavagnaro, Manuel "El Chato" Raygada, Augusto Polo Campos, Lucha Reyes y Luis Abanto Morales.

El día tiene un gran olor a tradición, y origen en un sector de Lima llamado Barrios Altos donde se forjó el comportamiento del limeño popular: el de los solares, callejones y mazamorra por el día, y el de las procesiones, pisco y jarana por las noches. En el barrioaltino convergen distintos caldos culturales disímiles entre sí y que se suporponen para crear una cultura compleja donde se funden lo español, negro, mestizo, italiano, chino, japonés y nativo peruano, haciendo de sus pobladores gente única en cuanto a historia, cultura y tradición urbana. Una gran parte de la identidad limeña y peruana ha nacido en los Barrios Altos durante sus cientos de años de historia; allí se proclamó este Día en octubre de 1944, frente a la Plaza Buenos Aires sobre el actual jirón Huánuco.

(continuará)

lunes, 26 de octubre de 2009

los colores de la mañana en el metro


que el cielo zaul y la piel sonrodsfa
que bajo tierra no ven al sol que tuesta
que se arrastran hasta advertir nubes lilqs cirniéndose

sobre esta ciudad girs que llueve penas vgrdes
sobre oálidos pasajeros leyendo noticias amzrillas gratuitas
sobre moribundos masturbando miedos rpjos

o muere una vida negra en la oficina
o bailo abrazado a la inmovilidad


y voy a trabajar
y vuelvo de la nada


© 2009 Alejandro Tellería. Derechos reservados.

domingo, 25 de octubre de 2009

Un sueño en la cabeza, y más

Me gusta ver, en la nota que publica hoy El País Semanal sobre el Alzheimer que padece el ex-presidente catalán Pasqual Maragall, que el reportero Juan José Millás no tiene ni la más pequeña experiencia previa con un enfermo de Alzheimer. No sabe de la agridulce experiencia de negarle a diario las pequeñeces -sal, azúcar, un buen trozo de carne- que mi padre, enfermo incipiente, cree necesitar para ser feliz pero que, porque también es hipertenso, le podrían matar. Millás tampoco tiene nadie a quién decirle todos los días que no le han robado la cartera ni las llaves del coche, omitiendo el detalle de que no puede llevarlas porque las pierde; no ha llevado a arreglar por enésima vez un radiograbador de 1981 -una preferencia que Sony quizás agradecerá a Maragall pero no a mi padre- que es el único aparato de donde él quiere escuchar sus tangos; mucho menos ha escuchado por momentos a su padre hablándole con un cariño anormal y extraño porque -eso sí, lo oculta pudorosamente- aquel viejo querido no sabe con quién habla.

Gracias, Millás, por no saber que tu artículo agridulce me desata una lágrima. Y, para que no saberlo tampoco te sepa mal, yo también ignoro lo que es el Alzheimer: mi hermano me lo tiene que contar a diario por e-mail desde Perú, donde este hijo inmigrante le dejó hace años y de donde él también le traerá.

jueves, 15 de octubre de 2009

Por años trató de volar


y creía fervientemente que –cuando fuera mayor y tuviera todo bajo control– podría hacerlo. Como desde pequeña había sido despierta, sabía que nunca dejaría de ser pequeña ni despierta y que, muy a su pesar, nunca podría acercarse mucho al cielo y las nubes.


Lo primero que hizo cuando tuvo independencia económica fue comprar un pasaje de avión a Australia para ver si disfrutaba estando tan cerca de su objeto de deseo por cuanto tiempo durase el vuelo. Pero no pudo darse mucha cuenta de lo celeste que era su bóveda adorada desde el lavabo del avión, porque la invadieron tales arcadas que se quedó metida allí la mayor parte del vuelo y tuvo que rogar a la azafata para cambiarse a un asiento que le hiciera más fácil y veloz cada evacuación. Por eso tuvo que descartar la idea de cumplir su sueño en aviones.


Años después y luego de tarotistas, psicólogos, muchos novios y hasta un marido, en esa edad a la que las mujeres se dan cuenta con horror que fueron más bellas el año anterior, encontró la solución: una parte de ella llegaría al cielo y las nubes. Vio en un periódico la publicidad de una tienda donde se vendían cometas, pero a esa edad en que la belleza se empieza a alejar de una mujer –como la cometa que tanto quería; como a ella, tal vez por eso quería tener a su belleza asida de un cordel– aparecen cosas más importantes que alcanzar el cielo, y traspapeló el periódico. Recordaba lejanamente que el lugar estaba en alguna parte entre las calles Aragón y Mallorca, pero estas calles eran paralelas y tan largas que la búsqueda iba a ser extenuante. Aún así, caminó calles incógnitas hasta que, en una de ellas, vio una pequeña puerta con un letrero que decía Graf Zeppelin, del que sobresalía un pequeño dirigible. Por lo aéreo del nombre, pensó que aquel sería el lugar donde vendían las cometas y tocó el timbre. No pensó lo mismo cuando quien salió a darle la bienvenida fue un inmenso moreno vestido de negro y cadenas, con el rostro maquillado y los labios embarrados de rojo.


Regresó a cero. Eso sí, sentía que se alejaba el momento en que la cometa distraería su obsesión infantil. Pero le sería difícil hallar una cometa pequeña y obstinada y neurótica como ella, pensaba al pensar en la cometa que sería suya y ella a la vez. Una semana después de perder la última esperanza –no podía dedicar toda la vida todo el día a esperar– encontró el lugar. El letrero exterior le hizo recordar con violencia el nombre que, de haber conservado en la cabeza, tanto esfuerzo le hubiese ahorrado: La Bici Mágica, en la calle Enrique Granados entre Aragón y Mallorca (más fácil que esto le hubiera sido recordar calle y número, pero a esas alturas de su vida, viviendo en una ciudad bar y, encima, metiéndose a diario dosis cada vez mayores de felicidad por la nariz, las neuronas tienen permiso para irse de fiesta la mayor parte del día).


Salió con la cometa en las manos y se dirigió hacia la parte más alta de la montaña, a hacerla volar al viento. La dejó en el suelo y echó a correr, con su cordel asido en la mano, a volar con ella, sin ella, para siempre.


© 2009 Alejandro Tellería. Derechos mundiales reservados.


sábado, 10 de octubre de 2009

Nina, te prometí

que haría el esfuerzo, y fui. No quise quedarme sin saber qué tenías que proponer, madre del punk, en el año 2009, veinticuatro después de tu Ecstasy Drive, y ya me quedó claro: aunque de físico conservas mucho de la imagen de siempre, convertirte en predicadora le ha quitado pólvora a lo que en vida fue tu música, una explosión combinada de creatividad en el fraseo, provocación en la puesta en escena y lujuria tonal.

En una sala Razzmatazz 1 a medio aforo, los presentes anoche sólo pudimos ver el estado actual de la singular carrera musical de Nina Hagen, ya supeditada al dios en quien cree ahora, uno que predica en el peor lugar y momento para hacerlo. Para ello, usar la estética Hagen de siempre -asociable con cualquier divinidad menos la cristiana protestante que ella profesa ahora- en los carteles que la anunciaban en la ciudad no fue lo más cristiano ni honesto, y a lo largo de la presentación quienes mordimos el anzuelo publicitario -roqueros de mi edad que se veían más viejos que yo, y jóvenes que se quejaban de que Greenday fuera hoy más punk que ella- íbamos sintiendo que no había valido la pena ir a verla. Ya había empezado mal para quienes entendíamos su inglés acentuado, por la prédica con guitarra acústica que se mandó para romper el hielo, y progresivamente se nos desmoronaría el mito al son del estofado de rockabilly, rock pesado, hip hop, blues, medios tiempos, swing, alardes pseudooperísticos, cabaré y cualquier cosa que se le pasara por la hoy santa cabeza y que guardaba pocos factores comunes entre sí, salvo su intacto chorro de voz. Tratando de usar la telepatía de los extraterrestres en los que suele creer, le decía en silencio ya sé que tu voz está bien, Nina, basta de tonterías y muéstrame quién eres, hasta que apareció el punk: metió, nadie sabrá a cuento de qué, una versión terrible del Hasta Siempre, Comandante que Carlos Puebla dedicó al Ché Guevara, en un castellano lamentable que le destrozó cualquier belleza posible. Eso es el punk para ella ahora, hacernos vomitar del asco, pensé, y como muchos otros asistentes -se nos vería en los ojos- a punto estuve de largarme maldiciendo al mítico Razz.

Y otra vez, ya in extremis, me rompe el esquema Sor Hagen: despertó a todos del asombro mezclado con sueño de la velada, sacando de la chistera una versión de Rammstein, Seemann, luego Riders On The Storm de The Doors, y dio final al trayecto con su revisión típica del My Way de Sinatra, que me dispuse a filmar para guardar registro... cuando lo imposible sucedió: de las puras ansias de diversión, la gente empezó a poguear




tímidamente, sin jamás alcanzar niveles de antaño pero ya se movía la masa humana (por eso se me corta el vídeo, y de ahí a poguear), lo cual es un mérito en la sociedad que conformamos ahora, bípedos inplumes que sólo se tocan para tener sexo o matarse. Se bailó frenéticamente, se disfrutó: al menos, supe que Nina Hagen no había muerto y sí, está como una cabra de loca, algún día recapacitará, pero el respetable se le entregó, por fin, dando por bien pagado el precio de la entrada. En el bis, de nuevo a garganta y guitarra peladas, sale el remate con un potentísimo cover del Ave María de Schubert con posterior cierre de faena, por todo lo alto, cortesía del Lust for Life de Iggy Pop.

Con ese final,
te respeto y perdono -insisto con la telepatía- no haber tocado Iki Maska, Born In Xixax, Smack Jack, 1985 Ecstasy Drive, Flying Saucers ni Zarah: eso sí, tranquilízate, Nina, no cambies tanto; no podemos seguirte el ritmo cerebral. Y creo que no hay quien pueda.