Anoche me pasé por Al Kafela para entregarle a Musta, noblesse oblige, una copia enmarcada de la nota que pergeñé sobre él. No me vio sentarme a la barra; no me hice notar por un par de minutos porque, nada raro, había parroquia hambrienta esperando sus órdenes antes que yo. Cuando hubo despachado a unos cuantos, encendí un cigarro y envié una bocanada que cruzó la barra en diagonal, perezosamente y hacia arriba. Sólo así notó mi presencia. Como autorizándome a estar allí, me sentí extraño, Musta me devolvió una media sonrisa mitad indiferente y mitad tierna. No empezó a gritar hola musta salaam aleikum mucho gusto quiere shawarma pum pum, como hace a modo de saludo con los clientes de devoción consagrada a su olla. Esta vez era una mirada especial, inédita, que por primera vez me ha permitido comprenderle absolutamente pese a la diferencia idiomática que nos separa.
Musta está aprendiendo a recibir reconocimiento por lo que hace. Siempre está enzarzado en su rutina física de cocinero a la vista de los comensales y creo que ni aún entendiendo bien el castellano se enteraría de lo bien que habla la concurrencia de su cocina. Sólo registra caras que empiezan a hacérsele conocidas por volver cada noche pidiéndole más picante, hummus o kafta en su shawarma o falafel. Esta vez, ya cebada la tropa, se acercó a mí sin gritar, casi atónito. La foto que le tomé días atrás mientras despachaba debió haberle indicado que planeaba esta nota y parecía estar esperándola, diría incluso ansiándola. Miró directamente la bolsa en que traía la página enmarcada y me sonrió doucement –en francés, así describo exactamente cómo lo hizo. Le estiré la bolsa, y la abrió: se vio en el papel, y se rayó: empezó a mostrarla a los otros clientes de la barra diciendo Musta aquí: sonrió mientras me miraba y los miraba: pasó de mano en mano el cuadrito, y terminó por dejarlo colocado en un lugar prominente de su barra. Hizo dos cuencos con las manos, el gesto que uso habitualmente para pedirle que meta todo el camello en mi shawarma, sabiendo que jamás me negaré.
Una baqlawa y un café después, Musta seguía con la sonrisa congelada. En eso entraron al local su guapísima mujer y su niño pequeño y les contó de todo en árabe, alborozado, ante lo que ellos me miraron con cierta perplejidad, pero con una sonrisa que tranquilamente tomo por todo agradecimiento. Ahora entiendo el origen de aquella magistral mano de cocinero, y el motor de cariño que la impulsa a diario.
El tabloide publica una nota falsa donde la Universidad de Cambridge retira el título al líder neofascista del BNP Nick Griffin
por Matthew Weaver
Publicado el Viernes 2 Abril 201018.55 BST en www.guardian.co.uk
Traducido por mí
EN INTERNET, ES LA PRIMERA NOTA EN ESPAÑOL SOBRE ESTA NOTICIA
“Cambridge quita el título al líder del BNP” titula The Sun en su edición impresa del viernes 2. La “exclusiva” afirmaba que Downing College iba a rescindir el grado en derecho 2:2 que posee Nick Griffin, líder del Partido Nacional Británico (BNP). “La uni desaira al vil Griffin”, asiente una cabecera inferior.
En Twitter se presentaron numerosas adhesiones a la aparente decisión de la casa de estudios. El BNP, mientras tanto, acusaba escandalizado a la universidad de intentar reescribir la historia y de complacer a la comunidad estudiantil musulmana.
Pero faltaba un detalle: la historia no es cierta. The Sun y el BNP fueron hechos inocentes el día 1 de Abril, en que se celebra el April Fool’s Day en los países de habla inglesa, a manos de una revista estudiantil de Cambridge llamada The Tab.
La nota redactada por un joven de 17 años decía que “en un acto sin precedentes, Griffin está a punto de convertirse en la primera persona a la que se rescinde un grado para el que efectivamente ha estudiado. Se cree que la asociación de la universidad con su odiosa imagen pública se ha vuelto insostenible debido a su aparición reciente en el programa de BBC Question Time, donde recibió abucheos, gritos e insultos a intervalos regulares.”
Un abrumado vocero de la oficina de prensa de Cambridge dijo haber pasado gran parte del viernes negando la veracidad de la historia. “Ha sido una maliciosa broma de un periódico estudiantil por el día de los inocentes,” anotó.
Alasdair Pal, el estudiante de teología de 20 años que edita The Tab, dijo haber sido contactado por un “airado” empleado de prensa del BNP exigiéndole retirar la noticia de su página web, a lo cual se negó. “The Guardian mantuvo la inocentada que hizo a Gordon Brown, así que hicimos lo mismo,” recalca Pal. “Ha sido un buen día para The Tab”, agregó.
La historia fue escrita por el hermano menor de Alasdair, Gordon, que estudia en un instituto de secundaria superior en Blackpool, quien afirmó que “no esperaba de verdad que alguien cayera. Ha sido muy divertido que The Sun se la haya creído.”
“Ha sido más satisfactorio que el BNP se la creyera. Piensan que todo el mundo les persigue, y se han mostrado como estúpidos” acota Gordon, quien tiene una plaza provisional en Cambridge para el próximo año.
El BNP publicó un comunicado de prensa condenando la aparente decisión de la universidad. El titular decía: “Nick Griffin hace historia y la Universidad de Cambridge trata de reescribirla,” acusando a la universidad de intentar revocar el título de Griffin “porque creen que van a perder pagos por matrícula estudiantil de alumnos musulmanes extranjeros que podrían desanimarse de estudiar en la universidad.”
La nota de prensa fue retirada de la página web del BNP al caer en cuenta de que su institución había sido burlada.
La mano genial de Moustafa Chreiki en plena faena, esta misma tarde
Una historia gastronómica con genio y lámpara maravillosa
Fue por el año del señor 2002 –un señor año aquel– en que sentí hambre de comida intensa, hecha a mano, libre de plásticos y de cualquier cosa que la conservase. Viniendo de tierras sudamericanas, pletóricas de ardor culinario por donde se las mire, adquirí a gusto el uso y disfrute de la delicadeza mediterránea en la cocina local añadiendo, si se me pidiese, la promesa de mantenerlo. Pero mal haría en negarme a los sabores indómitos y penetrantes con que crecí, y por ese año me juré acercarme a los recuerdos que, a gritos y a cada rato, el paladar me pedía revivir. Así, durante un tiempo cualquier reproducción local de sazones conocidas para mí –presentadas a menudo por todo restaurante al que fui como “auténticas”, “de cultivo biológico” o “recién traídas” – fue puesta a juicio por el despiadado baremo de la experiencia gastronómica in situ, y sentenciada a la pena máxima que mis sufrientes papilas gustativas podían darle: borrarla de su lista de posibles fuentes de salvación. Este borrado era cada vez más habitual e indolente y me hacía, por momentos, considerar mi rendición ante la medianía alimenticia europea. Y en eso, un día apareció Musta, o todas las semanas desde entonces he seguido apareciendo yo donde él.
Mostafa Chreiki es un sirio de sonrisa permanente. Quizá ella le esconde las maletas llenas de esperanza y el rosario cargado de penas, dos piezas del equipaje que todo inmigrante factura a la fuerza en el corazón; quizá, porque no hay mucha manera de saberlo con el poco manejo del castellano que todavía tiene. Poco importa; salaam aleikum, dice y obliga a decir a quien tiene el acierto de entrar en su local. Y no hay más preámbulo: con el mismo genio de Serrat con la guitarra y de Messi con el balón, Musta empieza a hablar –cuchillo en una mano, espátula en la otra– en el idioma del shawarma que sólo él sabe hacer, sudando a mares en medio del desértico microclima que crea frente a los fogones de su cocina sonriendo hola amigo, dialogando consigo mismo en árabe catalán castellano inglés o da igual en qué mientras los presentes asistimos a su casi acrobática performance, esperando que los pitas llenos de vegetales, ternera y hummus
- ¿Cuánto? – me pregunta, por si estreno algún estúpido reparo dietético - Métele todo el camello – respondo, sin vergüenza por mi vulgaridad
terminen pronto en cestitas personales de mimbre primero, y en nuestros ávidos paladares después. Finalmente, Musta me acerca el frasco del aderezo secreto, que se ha de frotar como lámpara para que de él empiece a salir la magia: una salsa picante intensa, larga y sabrosa, que amplifica el sabor de Damasco en la boca y que separa a principiantes de iniciados, a burgueses de aventureros, a timoratos de valientes. Y si tal expedición se cierra con la punzante dulzura de una baqlawa, ya es vida en estado puro lo que empieza a bajar por la propia garganta; más que otra cosa, es fuego que abrasa con sus llamas nuestras impurezas de común mortal.
Hoy, cáfilas de comensales se aglomeran pidiéndole a Musta el deleite de sus manos. Su caravana de la calle Mozart queda pequeña para fieles y consagrados, y su casbah nutritivo protege al burgués de la inmunodeficiencia gastronómica mientras yo le doy shukran, y él me devuelve afwan.
Que Alá permita a su genio seguir así, y a nosotros ir allí.
Impacto instantáneo: Theo Walcott levantó al Arsenal Foto: GETTY IMAGES
Por KEVIN GARSIDE
www.telegraph.co.uk
Publicado 7:45AM BST 01 Abr 2010
traducido por mí
Todo lo que se hace a la perfección es arte, según Arsène Wenger. Con las mismas palabras, anoche, la itinerante galería de arte del Barça casi le manda a la horca. “Ya me voy a casa,” decía en su tribuna un dolido hincha del Arsenal, durante el medio tiempo. Aunque al final tuvo el acierto de quedarse, uno sabía lo que había querido decir. Uno de los misterios de este juego es que un equipo tan devastadoramente dominante termine yéndose con sólo una parte del botín.
No nos engañemos. El marcador final ha sido sólo anestesia de corta duración: tras él está el rostro compungido de Wenger. El tardío dividendo que aportaron Theo Walcott y el penalti de Cesc Fábregas no pueden ocultar la verdad de otra noche de correctivos para el fútbol inglés. Después de la humillación del Manchester United en Munich, el Arsenal recibió una lección sobre los fundamentos de este deporte en el estadio de Emirates. A los 22 segundos de la segunda parte, el gol que amenazó reventar las redes de la portería del Arsenal tras tan centelleante apertura llegó cortesía del peor ejecutante de la orquesta, aquel fiasco en terreno inglés de nombre Zlatan Ibrahimoviç. Y pudieron haber sido media docena. Hay dos maneras de jugar a fútbol: como el Barça o como todos los demás.
Los minutos iniciales que siguieron aumentaron la duración de la lección del arte de la posesión, donde se supone que el Arsenal siempre ha sacado notas. Barcelona se plantó en el campo como si estuviera en la Liga BBVA. Da igual si venimos de locales o vamos de visitantes. Somos el Barça, dicen ellos. Así jugamos. Véncenos, si puedes. En la psicología del juego, sin ya siquiera tener en cuenta el control del balón, el FC Barcelona muestra su músculo mental. Ninguno de sus jugadores acusa recibo del marcaje, pues prácticamente ignoran a sus contrincantes. La primera mitad fue un asalto a la autoestima del Arsenal, luego del cual les hizo falta el tratamiento analgésico que prodigó su afición. Més que un club –más que un club. Así se ve el Barça a sí mismo. La inmodesta frase, acuñada sobre el ideal catalán de independencia y unicidad, luce su orgullo sobre la gradería del Camp Nou. No tanto un equipo, dicen, como una emoción o un sentimiento.
Un club de fútbol se convierte así en una insignia, un tatuaje global que se graba al fuego en la cornisa noreste de España que busca distanciarse de la administración central en Madrid. La apropiación del equipo por parte de la clase política catalana da a los separatistas una identidad popular, y moviliza a los románticos del Camp Nou en su propia lucha interna con la camiseta merengue. La filosofía barcelonista hace de su política de cantera de futbolistas una virtud, que anoche produjo a siete jugadores del primero equipo. La única pifia de la construcción es que no todos son de Cataluña, aunque todos hablan el mismo lenguaje con el balón a los pies. El impulso minimalista de Lionel Messi en la hegemonía impuesta por el Barça fue una vergüenza añadida para el Arsenal.
No es que el mejor jugador del mundo 2009 haya dejado de colorear el lienzo con su toque hipnótico, sino que todos los demás tocaron balón igual que él. Fue una humillación inflingida universalmente y en toda regla. La plantilla barcelonista surgía del campo, jugador a jugador, como esqueletos saliendo de los dientes de Hidra, la de las siete cabezas, en Jasón y los argonautas. Fue un ataque inmisericorde, interminable donde Dani Alves, por ejemplo, debió haber sido un lateral derecho natural. Sin embargo, la riqueza futbolística del FC Barcelona es tan grande que Alves se permitió recostarse completamente sobre toda su banda mientras que, en el lado opuesto, Maxwell protagonizaba una resurrección de su mítico compatriota Rivelino, a pesar de su posición conceptual de lateral izquierdo. Fue un milagro que el primer tiempo terminase sin goles.
El marcador, finalmente, tuvo que rendirse dos veces –por sólo las leyes de la gravedad– ante el peso de la presión barcelonista de la mano, o los pies, de Ibrahimoviç. El Chelsea y el Manchester United habían desmantelado al Arsenal en el mismísimo Emirates, pero nunca de esta manera. En teoría, el Barça llegaba tocado por la ausencia de Andrés Iniesta. La capacidad para llenar su casilla demuestra porqué Fábregas no emprenderá el viaje de regreso a su tierra con mucha prisa. No le necesitan.
El cambio de Bacary Sagna por Theo Walcott, defensor por atacante, a 24 minutos del final fue –ya poniéndole humor negro– un paso más del condenado hacia la horca. Wenger no tenía nada qué perder, y puso en la ruleta todo el dinero que llevaba a su 14 rojo. El instinto futbolístico de Walcott ha sido cuestionado por puristas como el otrora extremo de la selección inglesa Chris Waddle, quien le considera más un corredor en botines que un futbolista. Ahora Waddle tendría que volver a pensar sobre sus palabras. La velocidad es asesina, en cualquier deporte. Futbolista o no, Walcott puso el viento en contra del Barça por primera vez en la noche, con un gol que pasará a la historia del equipo que actualmente detenta la copa de la máxima competición europea.
Si Fabio Capello puede acercarse a él más que el cameo que hizo anoche apareciéndose en el estadio, entonces la selección de Inglaterra podrá buscar una nueva dimensión en el flanco derecho. El FC Barcelona se deshinchó como un globo tras un pinchazo. Una tangana en el área por la que Carles Puyol resultó amonestado con tarjeta roja por falta contra Fábregas, mientras éste se recuperaba momentáneamente para convertir de penalti, y Messi cambiado por un flojo Henry, hicieron que el destino se pusiera la camiseta del Arsenal.