sábado, 10 de octubre de 2009

Nina, te prometí

que haría el esfuerzo, y fui. No quise quedarme sin saber qué tenías que proponer, madre del punk, en el año 2009, veinticuatro después de tu Ecstasy Drive, y ya me quedó claro: aunque de físico conservas mucho de la imagen de siempre, convertirte en predicadora le ha quitado pólvora a lo que en vida fue tu música, una explosión combinada de creatividad en el fraseo, provocación en la puesta en escena y lujuria tonal.

En una sala Razzmatazz 1 a medio aforo, los presentes anoche sólo pudimos ver el estado actual de la singular carrera musical de Nina Hagen, ya supeditada al dios en quien cree ahora, uno que predica en el peor lugar y momento para hacerlo. Para ello, usar la estética Hagen de siempre -asociable con cualquier divinidad menos la cristiana protestante que ella profesa ahora- en los carteles que la anunciaban en la ciudad no fue lo más cristiano ni honesto, y a lo largo de la presentación quienes mordimos el anzuelo publicitario -roqueros de mi edad que se veían más viejos que yo, y jóvenes que se quejaban de que Greenday fuera hoy más punk que ella- íbamos sintiendo que no había valido la pena ir a verla. Ya había empezado mal para quienes entendíamos su inglés acentuado, por la prédica con guitarra acústica que se mandó para romper el hielo, y progresivamente se nos desmoronaría el mito al son del estofado de rockabilly, rock pesado, hip hop, blues, medios tiempos, swing, alardes pseudooperísticos, cabaré y cualquier cosa que se le pasara por la hoy santa cabeza y que guardaba pocos factores comunes entre sí, salvo su intacto chorro de voz. Tratando de usar la telepatía de los extraterrestres en los que suele creer, le decía en silencio ya sé que tu voz está bien, Nina, basta de tonterías y muéstrame quién eres, hasta que apareció el punk: metió, nadie sabrá a cuento de qué, una versión terrible del Hasta Siempre, Comandante que Carlos Puebla dedicó al Ché Guevara, en un castellano lamentable que le destrozó cualquier belleza posible. Eso es el punk para ella ahora, hacernos vomitar del asco, pensé, y como muchos otros asistentes -se nos vería en los ojos- a punto estuve de largarme maldiciendo al mítico Razz.

Y otra vez, ya in extremis, me rompe el esquema Sor Hagen: despertó a todos del asombro mezclado con sueño de la velada, sacando de la chistera una versión de Rammstein, Seemann, luego Riders On The Storm de The Doors, y dio final al trayecto con su revisión típica del My Way de Sinatra, que me dispuse a filmar para guardar registro... cuando lo imposible sucedió: de las puras ansias de diversión, la gente empezó a poguear




tímidamente, sin jamás alcanzar niveles de antaño pero ya se movía la masa humana (por eso se me corta el vídeo, y de ahí a poguear), lo cual es un mérito en la sociedad que conformamos ahora, bípedos inplumes que sólo se tocan para tener sexo o matarse. Se bailó frenéticamente, se disfrutó: al menos, supe que Nina Hagen no había muerto y sí, está como una cabra de loca, algún día recapacitará, pero el respetable se le entregó, por fin, dando por bien pagado el precio de la entrada. En el bis, de nuevo a garganta y guitarra peladas, sale el remate con un potentísimo cover del Ave María de Schubert con posterior cierre de faena, por todo lo alto, cortesía del Lust for Life de Iggy Pop.

Con ese final,
te respeto y perdono -insisto con la telepatía- no haber tocado Iki Maska, Born In Xixax, Smack Jack, 1985 Ecstasy Drive, Flying Saucers ni Zarah: eso sí, tranquilízate, Nina, no cambies tanto; no podemos seguirte el ritmo cerebral. Y creo que no hay quien pueda.

1 comentario:

  1. Me encantan las cronicas de conciertos, me transportan a buenisimos momentos. Encima me gusta tu estilo fresco e inteligente de contar las cosas. Te mando un empujoncito de pogo punkie!

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