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Un sueño en la cabeza, y más
Me gusta ver, en la nota que publica hoy El País Semanal sobre el Alzheimer que padece el ex-presidente catalán Pasqual Maragall, que el reportero Juan José Millás no tiene ni la más pequeña experiencia previa con un enfermo de Alzheimer. No sabe de la agridulce experiencia de negarle a diario las pequeñeces -sal, azúcar, un buen trozo de carne- que mi padre, enfermo incipiente, cree necesitar para ser feliz pero que, porque también es hipertenso, le podrían matar. Millás tampoco tiene nadie a quién decirle todos los días que no le han robado la cartera ni las llaves del coche, omitiendo el detalle de que no puede llevarlas porque las pierde; no ha llevado a arreglar por enésima vez un radiograbador de 1981 -una preferencia que Sony quizás agradecerá a Maragall pero no a mi padre- que es el único aparato de donde él quiere escuchar sus tangos; mucho menos ha escuchado por momentos a su padre hablándole con un cariño anormal y extraño porque -eso sí, lo oculta pudorosamente- aquel viejo querido no sabe con quién habla.
Gracias, Millás, por no saber que tu artículo agridulce me desata una lágrima. Y, para que no saberlo tampoco te sepa mal, yo también ignoro lo que es el Alzheimer: mi hermano me lo tiene que contar a diario por e-mail desde Perú, donde este hijo inmigrante le dejó hace años y de donde él también le traerá.
Me conmovio, mucho.
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