lunes, 26 de octubre de 2009

los colores de la mañana en el metro


que el cielo zaul y la piel sonrodsfa
que bajo tierra no ven al sol que tuesta
que se arrastran hasta advertir nubes lilqs cirniéndose

sobre esta ciudad girs que llueve penas vgrdes
sobre oálidos pasajeros leyendo noticias amzrillas gratuitas
sobre moribundos masturbando miedos rpjos

o muere una vida negra en la oficina
o bailo abrazado a la inmovilidad


y voy a trabajar
y vuelvo de la nada


© 2009 Alejandro Tellería. Derechos reservados.

domingo, 25 de octubre de 2009

Un sueño en la cabeza, y más

Me gusta ver, en la nota que publica hoy El País Semanal sobre el Alzheimer que padece el ex-presidente catalán Pasqual Maragall, que el reportero Juan José Millás no tiene ni la más pequeña experiencia previa con un enfermo de Alzheimer. No sabe de la agridulce experiencia de negarle a diario las pequeñeces -sal, azúcar, un buen trozo de carne- que mi padre, enfermo incipiente, cree necesitar para ser feliz pero que, porque también es hipertenso, le podrían matar. Millás tampoco tiene nadie a quién decirle todos los días que no le han robado la cartera ni las llaves del coche, omitiendo el detalle de que no puede llevarlas porque las pierde; no ha llevado a arreglar por enésima vez un radiograbador de 1981 -una preferencia que Sony quizás agradecerá a Maragall pero no a mi padre- que es el único aparato de donde él quiere escuchar sus tangos; mucho menos ha escuchado por momentos a su padre hablándole con un cariño anormal y extraño porque -eso sí, lo oculta pudorosamente- aquel viejo querido no sabe con quién habla.

Gracias, Millás, por no saber que tu artículo agridulce me desata una lágrima. Y, para que no saberlo tampoco te sepa mal, yo también ignoro lo que es el Alzheimer: mi hermano me lo tiene que contar a diario por e-mail desde Perú, donde este hijo inmigrante le dejó hace años y de donde él también le traerá.

jueves, 15 de octubre de 2009

Por años trató de volar


y creía fervientemente que –cuando fuera mayor y tuviera todo bajo control– podría hacerlo. Como desde pequeña había sido despierta, sabía que nunca dejaría de ser pequeña ni despierta y que, muy a su pesar, nunca podría acercarse mucho al cielo y las nubes.


Lo primero que hizo cuando tuvo independencia económica fue comprar un pasaje de avión a Australia para ver si disfrutaba estando tan cerca de su objeto de deseo por cuanto tiempo durase el vuelo. Pero no pudo darse mucha cuenta de lo celeste que era su bóveda adorada desde el lavabo del avión, porque la invadieron tales arcadas que se quedó metida allí la mayor parte del vuelo y tuvo que rogar a la azafata para cambiarse a un asiento que le hiciera más fácil y veloz cada evacuación. Por eso tuvo que descartar la idea de cumplir su sueño en aviones.


Años después y luego de tarotistas, psicólogos, muchos novios y hasta un marido, en esa edad a la que las mujeres se dan cuenta con horror que fueron más bellas el año anterior, encontró la solución: una parte de ella llegaría al cielo y las nubes. Vio en un periódico la publicidad de una tienda donde se vendían cometas, pero a esa edad en que la belleza se empieza a alejar de una mujer –como la cometa que tanto quería; como a ella, tal vez por eso quería tener a su belleza asida de un cordel– aparecen cosas más importantes que alcanzar el cielo, y traspapeló el periódico. Recordaba lejanamente que el lugar estaba en alguna parte entre las calles Aragón y Mallorca, pero estas calles eran paralelas y tan largas que la búsqueda iba a ser extenuante. Aún así, caminó calles incógnitas hasta que, en una de ellas, vio una pequeña puerta con un letrero que decía Graf Zeppelin, del que sobresalía un pequeño dirigible. Por lo aéreo del nombre, pensó que aquel sería el lugar donde vendían las cometas y tocó el timbre. No pensó lo mismo cuando quien salió a darle la bienvenida fue un inmenso moreno vestido de negro y cadenas, con el rostro maquillado y los labios embarrados de rojo.


Regresó a cero. Eso sí, sentía que se alejaba el momento en que la cometa distraería su obsesión infantil. Pero le sería difícil hallar una cometa pequeña y obstinada y neurótica como ella, pensaba al pensar en la cometa que sería suya y ella a la vez. Una semana después de perder la última esperanza –no podía dedicar toda la vida todo el día a esperar– encontró el lugar. El letrero exterior le hizo recordar con violencia el nombre que, de haber conservado en la cabeza, tanto esfuerzo le hubiese ahorrado: La Bici Mágica, en la calle Enrique Granados entre Aragón y Mallorca (más fácil que esto le hubiera sido recordar calle y número, pero a esas alturas de su vida, viviendo en una ciudad bar y, encima, metiéndose a diario dosis cada vez mayores de felicidad por la nariz, las neuronas tienen permiso para irse de fiesta la mayor parte del día).


Salió con la cometa en las manos y se dirigió hacia la parte más alta de la montaña, a hacerla volar al viento. La dejó en el suelo y echó a correr, con su cordel asido en la mano, a volar con ella, sin ella, para siempre.


© 2009 Alejandro Tellería. Derechos mundiales reservados.


sábado, 10 de octubre de 2009

Nina, te prometí

que haría el esfuerzo, y fui. No quise quedarme sin saber qué tenías que proponer, madre del punk, en el año 2009, veinticuatro después de tu Ecstasy Drive, y ya me quedó claro: aunque de físico conservas mucho de la imagen de siempre, convertirte en predicadora le ha quitado pólvora a lo que en vida fue tu música, una explosión combinada de creatividad en el fraseo, provocación en la puesta en escena y lujuria tonal.

En una sala Razzmatazz 1 a medio aforo, los presentes anoche sólo pudimos ver el estado actual de la singular carrera musical de Nina Hagen, ya supeditada al dios en quien cree ahora, uno que predica en el peor lugar y momento para hacerlo. Para ello, usar la estética Hagen de siempre -asociable con cualquier divinidad menos la cristiana protestante que ella profesa ahora- en los carteles que la anunciaban en la ciudad no fue lo más cristiano ni honesto, y a lo largo de la presentación quienes mordimos el anzuelo publicitario -roqueros de mi edad que se veían más viejos que yo, y jóvenes que se quejaban de que Greenday fuera hoy más punk que ella- íbamos sintiendo que no había valido la pena ir a verla. Ya había empezado mal para quienes entendíamos su inglés acentuado, por la prédica con guitarra acústica que se mandó para romper el hielo, y progresivamente se nos desmoronaría el mito al son del estofado de rockabilly, rock pesado, hip hop, blues, medios tiempos, swing, alardes pseudooperísticos, cabaré y cualquier cosa que se le pasara por la hoy santa cabeza y que guardaba pocos factores comunes entre sí, salvo su intacto chorro de voz. Tratando de usar la telepatía de los extraterrestres en los que suele creer, le decía en silencio ya sé que tu voz está bien, Nina, basta de tonterías y muéstrame quién eres, hasta que apareció el punk: metió, nadie sabrá a cuento de qué, una versión terrible del Hasta Siempre, Comandante que Carlos Puebla dedicó al Ché Guevara, en un castellano lamentable que le destrozó cualquier belleza posible. Eso es el punk para ella ahora, hacernos vomitar del asco, pensé, y como muchos otros asistentes -se nos vería en los ojos- a punto estuve de largarme maldiciendo al mítico Razz.

Y otra vez, ya in extremis, me rompe el esquema Sor Hagen: despertó a todos del asombro mezclado con sueño de la velada, sacando de la chistera una versión de Rammstein, Seemann, luego Riders On The Storm de The Doors, y dio final al trayecto con su revisión típica del My Way de Sinatra, que me dispuse a filmar para guardar registro... cuando lo imposible sucedió: de las puras ansias de diversión, la gente empezó a poguear




tímidamente, sin jamás alcanzar niveles de antaño pero ya se movía la masa humana (por eso se me corta el vídeo, y de ahí a poguear), lo cual es un mérito en la sociedad que conformamos ahora, bípedos inplumes que sólo se tocan para tener sexo o matarse. Se bailó frenéticamente, se disfrutó: al menos, supe que Nina Hagen no había muerto y sí, está como una cabra de loca, algún día recapacitará, pero el respetable se le entregó, por fin, dando por bien pagado el precio de la entrada. En el bis, de nuevo a garganta y guitarra peladas, sale el remate con un potentísimo cover del Ave María de Schubert con posterior cierre de faena, por todo lo alto, cortesía del Lust for Life de Iggy Pop.

Con ese final,
te respeto y perdono -insisto con la telepatía- no haber tocado Iki Maska, Born In Xixax, Smack Jack, 1985 Ecstasy Drive, Flying Saucers ni Zarah: eso sí, tranquilízate, Nina, no cambies tanto; no podemos seguirte el ritmo cerebral. Y creo que no hay quien pueda.

sábado, 3 de octubre de 2009

Los casetes mentales

que toda la vida he llevado en la cabeza -herencia musical de mi padre y madre- están ahora aquí. Los he encontrado y sonarán aquí uno a uno para que quien lea esto, posiblemente, disfrute de ellos.

1. Toro mata - Caitro Soto - Género musical desarrollado ancestralmente por esclavos negros del valle de Cañete, al sur de Lima, Perú, el Toro Mata es el tema representativo de la cultura afroperuana. Carlos Soto de la Colina lo interpretó por primera vez en 1973.

2. La flor de la canela - Chabuca Granda - Vals peruano compuesto por ella misma en 1950, es un emblema permanente de la ciudad de Lima.

3. Por una cabeza - Carlos Gardel - Tango de Gardel con letra de Alfredo Le Pera, grabado por el "Zorzal Criollo" poco antes de su muerte, en 1935, para su última película Tango Bar.

4. Lydia the tattoed lady - Groucho Marx - Tema interpretado por Groucho, compuesto por Harold Arlen y Yip Harburg para su película At the circus (1939).

5. Yiri Yiri Bom - Pérez Prado feat. Benny Moré - compuesta por Silvestre Méndez, en 1946 don Dámaso se la estira al Bárbaro del Ritmo para que la convierta en un clásico con su voz.

6. Jump in the line - Harry Belafonte - Canción de 1961.

7. Smile - Robert Downey, Jr. - Canción original de Charles Chaplin, a la que la voz del gran actor norteamericano aporta una solidez genial.

8. Hey Nineteen - Steely Dan - clasicazo de los juerguistas seudojazzeros Walter Becker y Donald Fagen. Nótense the Cuervo Gold y the Fine Colombian.

9. Fortunate Son - Creedence Clearwater Revival - tema de 1969 sobre un soldado que no tuvo enchufe para evitar ser enviado a Vietnam. La voz de John Fogerty identifica al personaje.

10. Jet Airliner - Steve Miller Band - canción de 1977 sobre la melancolía de la vuelta al hogar, dulce hogar.

11. You're Gonna Miss Me - The 13th Floor Elevators - Así de amargamente lloraba Roky Erickson sus penas por una mujer en 1966. Por eso terminó en un siquiátrico.

12. Demolición - Los Saicos - la Lima de 1964 parió esta maravilla del psychobilly, garage rock, punk o como carajo se le quiera etiquetar.

13. Too Late - Black Sugar - Jaime Delgado Aparicio produjo en 1971 esta joyita del barrio limeño de Breña. Interpretan Miguelón Salazar en la percusión, Coco Salazar en el bajo y Miguel "Chino" Figueroa en las teclas.

14. Llegó la banda / Aires de Navidad - Héctor Lavoe & Willie Colón - temas grabados en 1971 para su disco Asalto Navideño, estas canciones animaban las fiestas que más recuerdo de mi infancia.

15. Amigo - Illapu - con un disco llamado adecuadamente Raza Brava (1977), el legendario grupo de música andina se buscó la injusta expulsión de Chile que el régimen de Pinochet, afortunadamente para ellos, les impuso cuatro años después.

Nos gustan las etiquetas


porque nos reducen el pensamiento a simples palabritas que identifican lo que vemos. De acuerdo, se puede hacer, pero no hasta quitar identidad al arte original y restringirlo a la cuadrícula chata de lo ya establecido.

Por estos días un grupo de amigos de barrio, unas guitarras, una batería que aporrear y tres acordes bastan para formar un grupo musical y -seamos sinceros- estrenarse en las relaciones sexuales por todo lo alto. Es un esquema fácil de copiar y muchos lo hemos hecho, con mayor o menor éxito en cada caso; total, y en orden cronológico, siempre había la radio, un amigo pudiente que volviese de Estados Unidos o de Inglaterra con los últimos discos, o internet para tomar referencia de sonidos nuevos que dieran identidad original a todo adolescente que la buscara. Eso pasa hoy. Sin embargo, ¿se atrevía alguien en 1964 a desafiar el imperio de la belleza animal de Elvis o las conquistadoras voces de los Beatles, lanzando su rocanrol al público en toda pantalla, escenario y disco de vinilo? La respuesta fácil es no. La difícil es sí, habían cuatro chicos: una pandilla de amigos que se hizo llamar Los Saicos.


Volvamos un momento más a los Estados Unidos y la Inglaterra de inicios de los sesenta. Tales entusiastas eran jóvenes inexpertos en todo incluyendo la música, que eran enviados por sus padres a ensayar en el lugar de la casa donde causarían menos daño auditivo al prójimo: el garaje del coche, que daría hogar y origen al garage rock, la primera etiqueta de esta historia. Los chicos se juntaban así en las ciudades, periferias de ciudad e incluso áreas rurales, sabiendo que el mayor triunfo que conseguirían vendría de jovencitas regalándoles sus encantos a cambio de música -bien o mal hecha, pero con más gritos y distorsiones auditivas que lo entonces normal- y letras donde ellas pudieran sentirse protagonistas. Poco más querrían ellos, lejos de estrellatos mediáticos y grandes fortunas, con lo que la pulsión de miles de jóvenes integrantes de dichas bandas moriría engullida por el sistema capitalista del trabajo y el consumo. Esta era la situación en el mundo anglosajón, pero ¿Los Saicos surgieron allí? No: en un barrio de baja clase media de Lima, Perú. En Sudamérica, por si a algún distraído se le escapó el detalle.

Pero ¿cómo? ¿No estaban allí todos con las plumas y el fusil, bailando guaracha, mambo o danzas de lluvia, montando revoluciones de juguete con dictadores bananeros que se colaban en la oligarquía para vivir como ella? Pues no. No todos los jóvenes querían aquello, porque la disconformidad no usa pasaportes: Los Saicos fueron contemporáneos sin saberlo -porque no tuvieron manera de conocerlos- de The Kinks, The Who, The Animals, The Yardbirds, The Small Faces, The Pretty Things y de los mismísimos Rolling Stones.

Hay quienes dicen ridiculeces sobre ellos atribuyendo a Los Saicos etiquetas de telepatía musical, genialidad y paternidad del punk pero Erwin Flores, su vocalista, esquiva tanta simpleza diciendo hoy lo mismo que decía en aquella época: "sólo queríamos divertirnos".

Foto: placa conmemorativa en la calle de Lince (Lima, Perú) donde surgió la banda, en la que se le reconoce (entusiasta, pero equivocadamente) como la primera banda de punk rock del mundo. Es una etiqueta, al comienzo dijimos que no nos gustaban, pero un poquito de orgullo sí que da ésta.

El que se caiga, que se levante

como mi ídolo Groucho Marx: callado del hocico, y que no venga a lloriquear diciendo que pobrecito yo, que todo me pasa y no tengo padre ni madre ni perro que me ladre. Ya estamos grandazos para quejas y mariconadas de ese calibre, que inventamos sólo para creernos que está justificado nuestro puchero infantil. Se trata de ser niño libre e indómito y no adolescente aspaventoso y gemebundo; hace tiempo -no he tardado mucho en recodarlo- que dejé de poner excusas cuando se trata de tomar acción y tengo pereza de hacerlo, o de pelearme contra lo que no podré cambiar. Mi objetivo en esta vida es reencontrar la música dentro de la impávida existencia humana.

Ah, y por cierto: mi padre se encuentra mejor.


Foto: anuncio publicitario de promoción del programa de televisión You Bet Your Life, que Groucho condujo entre 1948 y 1961.