sábado, 23 de junio de 2012




Duele. Es el dolor humano, aquel terrorista que ataca por sorpresa y no deja pistas de su identidad porque tiene muchas.  Se esconde tras un gol de España a Francia hecho en Ucrania, tras los petardos de la verbena de San Juan, tras el aire sereno de las noches de verano mientras conduzco mi moto, tras las vistas del atardecer mediterráneo sobre El Masnou desde un tren. Nadie sabe que vendrá, nadie le espera; asoma la cabeza y ya se está quitando el disfraz, abriéndote fuego de metralla o de bomba de relojería; se inmola y te quiere llevar con él al infierno.


Pues te vas a la mierda, cobarde, que te he visto venir. Me sacas una lágrima y si puedes dos, pero no acabas conmigo. Alguna vez has logrado herirme y dejarme inconsciente un rato; se me ha tenido que curar las heridas cuando alguna otra me tomaste por sorpresa. Y en tus peores atentados supe salirte al frente, aún vendado y ahíto, hasta que te fuiste.


No puedes conmigo porque sabes que, al final, dueles porque eres fuerte, pero no logras hacerme sufrir. Volverás a intentarlo, y te volveré a ganar.

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