viernes, 7 de enero de 2011

Me apuñalé

La tarde de luna llena

no me deja respirar,

pues me olvidé de olvidar

su olorosa piel morena.


En la pasión no hay cariño

sino osadía y buen ver,

y me la llevé a comer

lacón, cachelo y turbiño.

Con mi discurso de niño

la aburrí más de una hora;

escupió todas las sobras

de mis pueriles intentos,

e hiriendo mis sentimientos

se pasó otras dos horas.


“¡Infantil, vil y grosero!

¡Eres mi puta desgracia!

¿No ves que otro me sacia

y que no eres el primero?

En la cama, tienes Cero.

En Psicología, igual.

Ni hablar de examen oral,

pues no te importa ni un pito:

¿no sabes que eso es delito

para una mujer? ¡Subnormal!”


Tras dolor y cocaína

(de la que cuesta y es buena),

su gallega piel morena

retiré de mis estimas:

en mi cama, en una esquina,

siendo la hora avanzada,

me asesté una puñalada

de aquellas que dan cariño…

las mismas que usa un niño

o el que de amor sabe nada.