La tarde de luna llena
no me deja respirar,
pues me olvidé de olvidar
su olorosa piel morena.
En la pasión no hay cariño
sino osadía y buen ver,
y me la llevé a comer
lacón, cachelo y turbiño.
Con mi discurso de niño
la aburrí más de una hora;
escupió todas las sobras
de mis pueriles intentos,
e hiriendo mis sentimientos
se pasó otras dos horas.
“¡Infantil, vil y grosero!
¡Eres mi puta desgracia!
¿No ves que otro me sacia
y que no eres el primero?
En la cama, tienes Cero.
En Psicología, igual.
Ni hablar de examen oral,
pues no te importa ni un pito:
¿no sabes que eso es delito
para una mujer? ¡Subnormal!”
Tras dolor y cocaína
(de la que cuesta y es buena),
su gallega piel morena
retiré de mis estimas:
en mi cama, en una esquina,
siendo la hora avanzada,
me asesté una puñalada
de aquellas que dan cariño…
las mismas que usa un niño
o el que de amor sabe nada.